El filósofo, profesor,
lógico, luchador político antifranquista, traductor y maestro y
referente de varias generaciones Manuel Sacristán Luzón (1925-1985)
falleció un 27 de agosto, hace ahora 28 años. Fue enterrado en Guils de
Cerdanya, junto a su primera esposa y compañera, Giulia Adinolfi.
¿Tiene sentido leer (o releer) su obra décadas después? ¿Es fructífero
ponerse en ello, treinta años después de su fallecimiento? Lo es.
Señalaré algunas razones que justifican en mi opinión su lectura o
relectura:
1. Manuel Sacristán [MS] fue un filósofo (no
sistemático ni practicante de ninguna ortodoxia en su filosofar)
decisivo en la consolidación de los estudios de lógica formal en España.
Con trabajos inéditos pendientes de publicación, sin olvidar que sus
obras principales (didácticas, no de investigación) están fechadas a
mediados de los sesenta, puede aprenderse mucho –de lógica, historia y
filosofía de la ciencia y de la lógica- leyendo, estudiando más bien, su
Introducción a la lógica y al análisis formal y su Lógica elemental, este último, un ensayo póstumo y publicado por su hija, Vera Sacristán Adinolfi, a mediados de los 90 en la editorial Vicens Vives.
2. Traductor, editor y prologuista de la obra del revolucionario sardo
(como su discípulo y amigo Francisco Fernández Buey), MS nos dejó,
además de numerosos artículos
(el último, su escrito de presentación de la traducción castellana de su
discípulo y compañero Miguel Candel del undécimo cuaderno) un libro
interrumpido sobre la obra y la vida de Antonio Gramsci, El orden y el tiempo,
una pequeña obra maestra (editada y presentada por Albert Domingo
Curto) de lectura imprescindible en tiempos, como los nuestros, en los que la figura y la obra del autor de los Quaderni es
objeto de revisión sesgada e indocumentada. Giulia Adinolfi y su
compañero de estudios en el Instituto de lógica y fundamentos de la
ciencia de la Universidad de Münster, el gran lógico pisano Ettore
Casari, le aproximaron a la vida, obra y praxis del compañero de su
admirado Palmiro Togliatti.
3. Aspecto no siempre recordado y
destacado, MS fue un excelente crítico teatral, literario y musical.
Desde joven, en revistas barcelonesas de los años cuarenta y cincuenta
del pasado siglo como Qvadrante y Laye. Una amplia muestra de sus aportaciones en este ámbito puede verse actualmente en Lecturas, el cuarto volumen de sus Panfletos y Materiales. Sus trabajos sobre la obra de Heine, Goethe, Joan Brossa, Thornton Wilder
o Eugene O’Neill siguen siendo excelentes muestras de su creatividad
artística. Del mismo modo, sería injusto olvidarse de sus
investigaciones sobre la obra musical y el significado poliético del
cantautor valenciano Raimon y de su elogiada crítica del Alfanhuí, del Premio Cervantes, y amigo suyo de juventud, Rafael Sánchez Ferlosio (ambos trabajos también en Lecturas).
4. Sus textos sobre epistemología marxiana, su escrito sobre “Karl Marx
como sociólogo de la ciencia” y su conferencia-artículo sobre “El
trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”, objeto de estudio de
un joven analista, el profesor salmantino José Sarrión, están entre lo
más destacado de lo publicado sobre la obra del revolucionario y
científico de Tréveris desde el punto de vista de la filosofía y la
sociología de la ciencia. Su forma de entender los clásicos de la
tradición queda reflejada en este paso, magnífico en mi opinión, de su
prólogo a su propia traducción castellana del Anti-Dühring
engelsiano. “Por regla general, un clásico -por ejemplo, Euclides- no
es, para los hombres que cultivan su misma ciencia, más que una fuente
de inspiración que define, con mayor o menor claridad, las motivaciones
básicas de su pensamiento”, señala MS. Empero, los clásicos del
movimiento obrero habían definido, además de unas motivaciones
intelectuales básicas, “los fundamentos de la práctica de aquel
movimiento, sus objetivos generales”. Los clásicos del marxismo eran
clásicos de una concepción del mundo (una categoría posteriormente
abandonada por él), no de una teoría científico-positiva como Euclides o
Newton. La anterior diferencia tenía como consecuencia, en el caso del
marxismo, “una relación de adhesión militante entre el movimiento obrero
y sus clásicos”. Dada esta relación, necesaria en principio, era
bastante natural “que la perezosa tendencia a no ser crítico, a no
preocuparse más que de la propia seguridad moral, práctica, se imponga
frecuentemente en la lectura de estos clásicos”, consagrando
injustamente cualquier estado histórico alcanzado en la teoría con la
misma intangibilidad que tenían para el movimiento político-social los
objetivos programáticos que lo definían poliéticamente. Si a esto se
sumaba que la lucha contra el marxismo, desde afuera y desde dentro del
movimiento, lo que solía en aquel llamarse entonces “revisionismo”,
mezcla a su vez, señalaba MS, "por razones muy fáciles de entender”, la
crítica (pertinente) de desarrollos teóricos más o menos caducados con
la traición (no pertinente) a las finalidades del movimiento, “se
comprende sin más por qué una lectura perezosa y dogmática de los
clásicos del marxismo ha tenido hasta ahora la partida fácil”. La
partida fácil se convirtió en partida ganada, concluía MS en este punto,
“por la simultánea coincidencia de las necesidades de divulgación
-siempre simplificadora- con el estrecho aparato montado por Jdhanov y
Stalin para la organización de la cultura marxista.”
5. La
tesis doctoral de MS sobre la gnoseología de Heidegger, editada por el
CSIC en 1959 y reeditada en 1995 por la editorial Crítica con un prólogo
ineludible de Francisco Fernández Buey, escrita en un castellano
magnífico, deslumbrante en ocasiones, sigue siendo de referencia
obligada. Su capítulo final crítico, como ha señalado Emilio Lledó, una
de las grandes figuras de la filosofía española contemporánea, está
entre sus mejores páginas. Todo ello, además, cuando apenas nadie en el
ámbito marxista osaba aproximarse críticamente a los nudos más
esenciales de la obra filosófica del ex rector de Friburgo en tiempos de
huracanes de odio y acero (Sí lo hicieron por cierto, pocos años
después, en 1964, dos de sus discípulos: el ya citado Francisco
Fernández Buey y Joaquim Sempere en un artículo, de título “ Heidegger
ante el humanismo ”, publicado en la revista clandestina del PCE, Realidad
). Con las siguientes palabras finalizaba MS su tesis doctoral: “ Sirva
en todo caso esa discusión para mostrar cómo la interpretación
propuesta debe ser entendida cum grano obscuritatis . Y sirva
también para proporcionar más elementos de juicio para contemplar la
andadura del pensamiento de Heidegger, el cual, en último término y por
encima de toda interpretación, navega como la nave que vio el conde
Arnaldos y cuyo piloto cantaba: “yo no digo mi canción / sino al que
conmigo va”, significando aquí “ir con él” la adhesión sin crítica -ni
siquiera textual interna- al pensamiento del filósofo. Para una lectura
como la presente, interesada por lo gnoseológico o lógico en general, no
hay empero himnos misteriosos, sino sólo vulgares canciones al alcance
de cualquier oído.”
6. Traductor, interlocutor, editor y
prologuista del gran filósofo y revolucionario húngaro, MS no sólo dictó
una conferencia imprescindible sobre las Conversaciones del último Lukács –publicada en el libro póstumo Seis conferencias- sino que es autor de una de las aproximaciones más equilibradas y críticas a El asalto a la razón (“Nota sobre el uso de las nociones de razón e irracionalismo por Georg Lukács”), escrito recogido en el primer volumen –Sobre Marx y marxismo- de sus “Panfletos y Materiales”. En su necrológica sobre el autor de Historia y consciencia de clase
señalaba: “Esta lección del imperturbable viejo, alegre, activo,
tremendo fumador de habanos -”el único lujo de un país socialista”
decía- hasta el momento mismo de entrar en la clínica de que no saldría,
tiene algo de aplastante. Pero lo que más impone es que la coherencia
de esa realización del plan vital no parece haber tenido nunca nada de
crispación de la voluntad. Estaba más bien basada, a pesar de todos los
pesares, en la convicción precisa del curso socialista de los hechos
conocidos. Este Aristóteles marxista, que ha sido también él un
polihístor, ha tendido no simplemente a un blanco cualquiera, sino al de
adecuarse al sentido en que él veía discurrir las cosas a escala
histórico-universal, por usar un adjetivo que le era querido”. Ésta era
probablemente, señalaba finalmente, el secreto de la serenidad
inverosímil, de la alegre fuerza nestoriana del último Lukács.
7. MS fue, sin atisbo para ninguna la duda, uno de los primeros
filósofos y activistas marxistas europeos y no europeos que tomó
consciencia de la importancia de las problemáticas ecológicas,
incluyendo la decisiva lucha antinuclear, cuando eran pocas las voces
atentas a esta dimensión destructiva del capitalismo tardío. Hay
numerosas y ricas huellas de ello en los trabajos incluidos en Pacifismo, ecologismo y política alternativa,
un volumen editado en 1987 por su discípulo Juan-Ramón Capella que
recoge una gran parte de sus últimos textos. Sacristán había acuñado la
siguiente definición de sociofísica ya a principios de los años setenta:
“El concepto de sociofísica es propio de director de la colección [una
colección de ensayos propuesta a la editorial Grijalbo]. No se ha
utilizado nunca. Significa los temas en que la intervención de la
sociedad (principalmente de la sociedad industrial capitalista)
interfiere con la naturaleza (urbanismo, contaminación, etc).” La
irrupción de todas estas problemáticas obligaban, en su opinión, a
revisar fuertemente las ideas desarrollistas implícitas en el concepto,
entonces vigente, de sociedad comunista. Wolfgang Harich fue uno de sus
maestros en este nudo esencial. Su amigo Francisco Fernández Buey
desarrolló y amplió en muchos de sus trabajos algunas de sus ideas y
sugerencias. La colaboración del científico franco-barcelonés Eduard
Rodríguez Farré fue decisiva en sus propias elaboraciones críticas sobre
la industria nuclear y la guerra atómica.
Cuando leemos
actualmente a Michael T. Klare, profesor de estudios por la paz y la
seguridad mundial en el Hampshire College y colaborador habitual de
TomDispatch.com, afirmar que, a pesar de toda la verborrea de Obama
sobre la revolución de la tecnología verde, seguimos profundamente
atrincherados en un mundo dominado por los combustibles fósiles, al
tiempo que “la única (contra)revolución verdadera que hay ahora en
marcha implica el cambio de un tipo de esos combustibles fósiles a otro,
la fórmula ideal para la catástrofe global” y que “para poder
sobrevivir a esta era, la humanidad debe ser muy consciente de las
implicaciones de este nuevo tipo de energía y después dar los pasos
necesarios para comprimir la tercera era del carbono y acelerar la Era
de las Renovables antes de que nos extingamos a nosotros mismos de este
planeta”, la importancia del esencial giro eco-comunista en el Sacristán
tardío aumenta su relevancia.
8. La ciencia con consciencia (en
ocasiones sin ella por supuesto) y las potencialidades fáusticas de la
tecnociencia contemporánea (“lo malo de la ciencia actual es que es
demasiado buena” solía comentar), fueron una de las preocupaciones
centrales últimas de MS, que nunca alentó ningún tipo de irracionalismo
anticientífico. También con escritospendiente de publicación, algunos de
sus trabajos sobre política de la ciencia (originales, críticos, muy
avanzados en su momento) se han recogido en Papeles de filosofía, segundo volumen de sus PyM, y en Seis conferencias.
Un ejemplo representativo de sus reflexiones: “(....) creo que el
primer principio orientador de una política de la ciencia para esa otra
sociedad, para esa comunidad o federación de comunidades, debería ser
una rectificación de los modos dialécticos clásicos de pensar,
hegelianos, sólo por negación, para pensar de un modo que incluyera una
dialecticidad distinta con elementos de positividad... Una dialecticidad
que tenga como primera virtud práctica la de Aristóteles... es decir,
el principio del mesotes, de la cordura, de la mesura, dimanante
del hecho de que las contradicciones en las que estamos no las veo como
resolubles al modo hegeliano sino al modo como se apunta en el libro
primero de El Capital, es decir, mediante la creación del marco en el cual pueden dirimirse sin catástrofe”.
9. Crítico del capitalismo desde joven, pueden verse una excelente muestra de sus reflexiones en este ámbito en Pacifismo, ecologismo y política alternativa,
una plural antología que no está afectada ni por los años transcurridos
ni por sus referencias puntuales. Su enérgica e informada pulsión
anticapitalista es manifiesta en este paso de un artículo -“Intoxicación
de masas, masas intoxicadas”- de 1981. “[…] Pero ¿qué diferencia a esos
prohombres enriquecidos y ejemplares del aceitero homicida que no
supiera que su mezcla era tóxica? No el móvil -el beneficio, la vocación
capitalista, por todos legitimada, de “sacar un honrado penique” del
ejercicio de su listeza- ni la moralidad: no su sistema de valores, no
su cultura. Sencillamente, el empresario honrado ha tenido suerte y el
empresario homicida ha tenido desgracia en el desempeño de una misma
función: el complicado fondo causal último de la intoxicación española
de 1981 [por aceite de colza] es la necesidad capitalista de mantener lo
más bajo posible el valor de la fuerza de trabajo”. No había por qué
decir lo anterior más suavemente, ni siquiera por consideraciones
prácticas: “no vale la pena intentar persuadir a los empresarios
privados de que es su sistema el que lleva en sí la necesidad
indeterminada de esas catástrofes...”
10. Comentarista de, entre otros, Lenin, de Rosa Luxemburg, de los dos grandes clásicos (tradujo los dos primeros libros de El Capital
al igual que la mitad del tercero), de Labriola, de Lukács por
supuesto, de Meinhof (a quien conoció en Münster), de Dutschke (con
quien se carteó), de Harich (amigo suyo), de Berlinguer, de su muy
admirado Togliatti, de Bujarin, de Mattick, de Marcuse y Adorno (a
quienes tradujo), autor de un excelente texto sobre –y contra- el
estalinismo recogido en Seis Conferencias, de unas excelentes
observaciones de antropología política y cultural incorporadas a su
traducción de la biografía de Gerónimo (recientemente editadas por la
editorial de El Viejo Topo con el título Sobre Gerónimo) o de una
excelente aproximación a Russell y el socialismo, a la ecodinámica de
Boulding o a la idea de dialéctica (una de sus poderosas aportaciones en
el ámbito de la filosofía marxista), todos estos trabajos deberían
merecer también nuestra atención. Hay en ellos siempre análisis
rigurosos, informados, singulares, nada triviales y sugerentes. La
libertad con la que MS se enfrentó a esos grandes pensadores queda
plasmada en las líneas con las que abría su conferencia (texto más
tarde) sobre el filosofar de Lenin de 1970, posterior prólogo de Materialismo y empiriocriticismo:
“La insuficiencia técnica o profesional de los escritos filosóficos de
Lenin salta a la vista del lector. Para ignorarla hacen falta la
premeditación dl demagogo o la oscuridad del devoto.” Ni que decir tiene
que, en su caso, la aproximación crítica no conllevó la ubicación de
todo el legado leninista en el archivo de lo inútil y trasnochado.
Lenin, como gran parte de los autores citados, nunca fue para él un
perro muerto.
Añado, para concluir en algún punto, consciente de
mis numerosos olvidos, una arista a veces olvidada: su magnífica, rica y
políticamente antisectaria aproximación al diálogo abierto, sincero y
no servil entre comunistas y cristianos. Actual y fructífero donde los
haya.
Los decálogos suelen exigir un resumen. Cabe intentarlo del siguiente modo:
Comentando un artículo del finalmente berlusconiano, y exitoso filosofo
marxista en años anteriores, Lucio Colletti, Sacristán anotó uno de sus
excelentes aforismos (otra de sus poderosas facetas): “No se debe ser marxista.
Lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de
una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del
deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos
confluyan.”
No conozco una definición mejor de las tradiciones emancipatorias ni de la práctica política transformadora.
Francisco Fernández Buey, fallecido el 25 de agosto de 2012, y
despedido por todos nosotros dos días más tarde, también un 27 de agosto
en una ceremonia inolvidable, hizo muy suya esta anotación
sacristaniana. Sigue tan vigente como entonces: avanzar por la cresta
entre el valle de nuestros deseos y el de una realidad cada día más
injusta y terrible, intentando –tarea enorme que exige la participación
de todas y todos- su confluencia en un mar oceánico, moldeado por
nuestros esfuerzos y nuestros ideales más consistentes de justicia,
libertad, equidad y fraternidad. “Hic Rhodus, hic salta”, como solía
escribir el que fuera maestro de nuestro gran maestro y también de todos
nosotros.
PS. Para nuestro tiempo y nuestras preocupaciones
más esenciales, vale la pena recordar también un paso de la última
entrevista que se le realizó (diciembre de 1984). Fue publicada en Mundo Obrero,
el órgano de expresión del Partido Comunista de España, en febrero de
1985. Dice así: “A mí me parece que los nacionalismos ibéricos están más
vivos que nunca, los tres (paradójicamente el menos vivo es el español,
por eso no he dicho los cuatro [Sacristán reflexiona en 1984]). Lo digo
en el sentido de que en el caso español los nacionalistas son de
derechas, incluida mucha gente del PSOE, pero de derechas de verdad. En
cambio, en los otros tres nacionalismos, por razones obvias, por siglos
de opresión política y opresión física, el nacionalismo no es
estrictamente de derechas, sino que hay también nacionalistas de
izquierda (...)”. La vitalidad de los tres nacionalismos no españoles de
la Península era de tan alcance que, en su opinión, “aunque parece
tópico yo no creo que se clarifique nunca mientras no haya un auténtico
ejercicio de derecho a la autodeterminación. Mientras eso no ocurra, no
habrá claridad ni aquí [Cataluña], ni en Euskadi, ni en Galicia. Sólo el
paso por ese requisito aparentemente utópico de la autodeterminación
plena, radical, con derecho a la separación y a la formación de Estado,
nos dará una situación limpia y buena, ya se trate de un Estado federal o
de cuatro Estados”. Todas las técnicas políticas y jurídicas que se
quisieran aplicar para hacer algo que no fuera eso no darían nunca un
resultado satisfactorio. Eso siempre, añadía, sería “una justificación
para el mayor mal que sufre España, que es tener un Ejército político
como el que tenemos.”
Repasen en las hemerotecas lo que en
aquellos momentos decían y sostenían muchos de los defensores actuales
(o sus padres políticos respectivos) del actual “independentismo”
neoliberal, comparen y extraigan consecuencias.
Ni que decir
tiene que tanto Sacristán como Francisco Fernández Buey, en ocasiones en
minoría de uno, unían al derecho de autodeterminación de los pueblos,
su unión fraternal en una República federal y la información contrastada
y crítica sobre una larga historia en común y unos enfrentamientos
sesgadamente abonados en muchos casos.
Y, por si fuera necesario, con estas otras palabras abría Sacristán su presentación de la edición catalana de El Capital de Jordi Moners: “La aparición de esta traducción catalana de El Capital puede
parecer intempestiva. En efecto, este libro se edita poco más o menos
un siglo después que empezase a estar presente en la vida social y
cultural de Catalunya; y, además, en un momento que no se puede
considerar de excesivo predicamento de la obra del autor, sobre todo si
se compara con lo que pasaba hace quince o veinte años. Es obvio que la
primera circunstancia está muy ligada a los obstáculos con que ha
chocado la cultura superior catalana durante estos cien años, desde los
de más lejana raíz histórica hasta los particularmente difíciles que
provocó el franquismo. Desde el punto de vista de esta consideración, la
publicación de El Capital en catalán, como la de cualquier otro
libro clásico, es una buena noticia para todos los que se alegren porque
los pueblos y sus lenguas vivan y florezcan”.
Salvador López
Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre
d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra,
director Jordi Mir Garcia)