14 de septiembre de 2011

Comentarios desde una óptica cristiana a la crisis económica

Pedro José Larraia Legarra.
 
Nos ha precido bien, reflexionar sobre el para lelismo de aquel momento y lo que estamos viviendo. Os dejamos con un articulo que se nos antoja ilustrativo.

Después de la reforma constitucional, en los presupuestos anuales de las Administraciones públicas se considerarán como gastos los servicios de la deuda -principal más intereses- y el pago de esos gastos gozará de prioridad absoluta frente a cualesquiera otros.

Esto quiere decir que si la situación económica de un ejercicio no fuese buena, a la hora de preparar los presupuestos, o si estando estos ya aprobados sobreviniera una disminución de los ingresos estimados, primero se atenderán las obligaciones derivadas del pago de la deuda pública -captación de dinero a través de las subastas del Tesoro y similares- y luego a lo que se pueda, porque en cada ejercicio tendrá siempre prioridad absoluta el cumplimiento de las obligaciones financieras contraídas con los prestamistas (inversores).
En el libro Jesús. Aproximación histórica, José Antonio Pagola ofrece este panorama económico de la época:
[…] Uno de los rasgos más característicos de las sociedades agrícolas del Imperio romano era la enorme desigualdad de recursos que existía entre la gran mayoría de la población campesina y la pequeña élite que vivía en las ciudades. Esto mismo sucedía en Galilea. Son los campesinos de las aldeas los que sostienen la economía del país, ellos trabajan la tierra y producen lo necesario para mantener a la minoría dirigente. En las ciudades no se produce; las élites necesitan del trabajo de los campesinos. Por eso se utilizan diversos mecanismos para controlar lo que se produce en el campo y obtener de los campesinos el máximo beneficio posible. Este es el objetivo de los tributos, tasas, impuestos y diezmos. Desde el poder, esta política de extracción y tributación se legitima como una obligación de los campesinos hacia la élite, que defiende el país, protege sus tierras, y lleva acabo diversos servicios de administración. En realidad, esta organización económica no promovía el bien común del país, sino que favorecía el bienestar creciente de las élites(1).
[…] El primero en exigir el pago del tributo era Roma: el tributum soli, correspondiente a las tierras cultivadas, y el tributum capitis, que debía pagar cada uno de los miembros adultos de la casa(2). Se pagaba en especie o en moneda: a los administradores les agradaba recibir el tributo en grano para evitar las crisis de de alimentos que se producían con frecuencia en Roma(3). Los tributos servían para alimentar a las legiones que vigilaban cada provincia, para construir calzadas, puentes o edificios públicos y, sobre todo, para el mantenimiento de las clases gobernantes. Negarse a pagarlos era considerado por Roma como una rebelión contra el Imperio, y eran los reyes vasallos los responsables de organizar la recaudación. No es posible saber a cuánto podía ascender. Se estima que, en tiempo de Antipas, podía representar el 12% ó 13% de la producción. Sabemos que, según el historiador romano Tácito, significaba una carga muy pesada para los campesinos(4).
También Antipas, como su padre [Herodes], tenía su propio sistema de impuestos.

[…] No sabemos si terminaban aquí las cargas o también desde el templo de Jerusalén se les exigía otras tasas sagradas. En el período asmoneo, antes de que Roma impusiera su Imperio, los gobernantes de Jerusalén extendieron a Galilea el tradicional y complicado sistema judío de diezmos y primeros frutos. Se consideraba una obligación sagrada hacia Dios, presente en el templo, y cuyos representantes y mediadores eran los sacerdotes. Al parecer, llegaba a representar hasta el 20% de la cosecha anual. Lo recogido en el campo, más el impuesto de medio shékel que todo judío adulto debía pagar cada año, servía en concreto para socorrer a sacerdotes y levitas que, conforme a lo prescrito por la ley, no tenían tierras que cultivar; para costear los elevados gastos del funcionamiento del templo y para mantener a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén. La recaudación se llevaba a cabo en los mismos pueblos, y los productos se almacenaban en depósitos del templo para su distribución. Roma no suprimió este aparato administrativo y, bajo Herodes, se siguieron recaudando diezmos. No sabemos qué sucedió en Galilea cuando, gobernada por su hijo Antipas, se convirtió en una jurisdicción separada de Judea.

[…] La carga total era probablemente abrumadora. A muchas familias se les iba en tributos e impuestos un tercio o la mitad de lo que producían. Era difícil sustraerse a los recaudadores. Ellos mismos se presentaban para llevarse los productos y almacenarlos en Séforis, principal ciudad administrativa, o en Tiberíades. El problema de los campesinos era cómo guardar semilla suficiente para la siguiente siembra y cómo subsistir hasta la siguiente cosecha sin caer en la espiral del endeudamiento. Jesús conocía bien los apuros de estos campesinos que, tratando de sacar el máximo rendimiento a sus modestas tierras, sembraban incluso en suelo pedregoso, entre cardos y hasta en zonas que la gente usaba como sendero(5).

El fantasma de la deuda era temido por todos. Los miembros del grupo familiar se ayudaban unos a otros para defenderse de las presiones y chantajes de los recaudadores, pero tarde o temprano bastantes caían en el endeudamiento. Jesús conoció Galilea atrapada por las deudas. La mayor amenaza para la inmensa mayoría era quedarse sin tierras ni recursos para sobrevivir. Cuando, forzada por las deudas, la familia perdía sus tierras, comenzaba para sus miembros la disgregación y la degradación. Algunos se convertían en jornaleros e iniciaban una vida penosa en busca de trabajo en propiedades ajenas. Había quienes se vendían como esclavos. Algunos vivían de la mendicidad y algunas de la prostitución. No faltaba quien se unía a grupos de bandidos o salteadores en alguna zona inhóspita del país.
Aunque nos separan dos mil años, el esquema es el mismo y las consecuencias -desestructuración personal, familiar y social- parecidas. Jesús pone como requisito imprescindible para entrar en la dinámica del Reino hacer justicia con quienes padecían ese estado de cosas. No hace elucubraciones teóricas, habla de lo que ve.
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(1) Los estudios de Lenski, Freyne, Hanson, Oakman, Horsley, etc. están contribuyendo a adquirir una conciencia más precisa de la organización económica de Galilea. No existe prácticamente intercambio económico de reciprocidad entre campesinos y élites, sino imposición de una política que se resume en tres palabras. «exacción», «tributo», y «redistribución» desde el poder (Oakman).
(2) Al parecer, el tributum soli consistía en pagar un cuarto de la producción cada dos años; por el tributum capitis, cada persona pagaba un denario al año: los varones a partir de los catorce años y las mujeres desde los doce.
(3) Flavio Josefo habla del «trigo del César que estaba depositado en las aldeas de la Alta Galilea» (Autobiografía, 71).
(4) Según Tácito, hacia el año 17, cuando Jesús tenía veintiuno o veintidós años, Judea, exhausta por los tributos, pidió a Tiberio que los redujera; no sabemos la respuesta del emperador. Sin embargo, Sanders está probablemente en lo cierto cuando observa que la situación de los campesinos de Egipto y del norte de África, los dos grandes «graneros» de Roma, era todavía peor.

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