Olmedo Beluche, Sociólogo, profesor de la Universidad de Panamá y Secretario General del Partido Alternativa Popular (PAP)
Adital
¡Cómo cambian los tiempos! Pensar que hace 40 años el debate en la izquierda mundial giraba en torno a los alcances del “boom” económico de la post-guerra europea, y si el mundo había entrado en la llamada era post-industrial. Impresionados por los altos niveles de vida alcanzados bajo el llamado “Estado de beneficio”, no sólo la socialdemocracia, sino también el “eurocomunismo”, dejó para “los días de fiesta” el hablar del socialismo y de revolución.
Los ciudadanos del Viejo Continente parecían vivir bajo una segunda “Belle Époque”, semejante a la del siglo XIX, cuando la explotación imperialista del mundo y su reparto colonial drenaban hacia el Norte un flujo de riquezas incalculables que le permitía a la burguesía repartir un poco a sus trabajadores, vía salarios que pagaban la fuerza de trabajo por su verdadero costo de producción, vía importantes derechos sociales, laborales y democráticos.
Por supuesto que, al igual que fines del XIX, a mediados del siglo XX la prosperidad del Norte se financiaba con la superexplotación del Sur. Muchos ciudadanos, incluidos no pocos de la izquierda, en Europa, no relacionaban las dos cosas. Parecían dos fenómenos desconectados: ellos allá viviendo las mieles aparentes del Estado Benefactor y la democracia burguesa; nosotros acá repodridos en la miseria, el desempleo crónico, los bajos salarios, la insalubridad pública, agobiados por feroces dictaduras, carentes de los elementales derechos democráticos y humanos. Todavía hoy, algunos por allá, no entienden por qué esos miles de árabes y “subsaharianos”, o latinoamericanos, insisten en ir a perturbarles su mundo feliz cruzando en botes el Mediterráneoo a nado el río Grande. Las ideologías, disfrazadas de teoría económica o sociológica, intentaban explicar la existencia de mundos tan dispares apelando a argumentos como: las contradicción entre cultura moderna y tradicional, entre la solidaridad orgánica y mecánica, entre civilización y barbarie.
En América Latina, la economía política parió la llamada Teoría Desarrollista de la CEPAL, la sostenía que nuestra situación se debía al atraso con que llegamos a la modernidad, pero que adoptando algunas medidas como la industrialización sustitutiva, seríamos capaces de superar nuestro subdesarrollo para llegar a ser un día como Estados Unidos y Europa occidental: desarrollados. Todos los sacrificios del momento estaban justificados porque nos conducían por el camino correcto del desarrollo y que, cuando al fin llegáramos, disfrutaríamos de los beneficios sociales y democráticos de acullá.
Pero lejos de llegar a la tierra prometida del desarrollo, estas cuatro décadas discurridas, han conducido a los países del Sur a niveles de explotación y miserias peores. A partir de 1980, con el llamado Consenso de Washington, vimos desaparecer poco a poco la idea del desarrollo. La época de la globalización neoliberal nos quitó la esperanza del desarrollo y la sustituyó por la readaptación al mercado mundial renunciando a los pocos logros sociales y económicos que se habían alcanzado: reforma laboral, precariedad de salarios y empleos, destrucción de los sectores productivos, desnacionalización económica, renuncia al proteccionismo, privatizaciones de empresas públicas a favor de transnacionales europeas y yanquis, empobrecimiento del sector agrícola, liquidación de la seguridad alimentaria, y un largo etcétera de consecuencias sociales.
El saqueo económico neoliberal del “tercer mundo”, ayudado por la incorporación al mercado capitalista de la ex Unión Soviética y el Bloque Oriental, así como la reinserción de China al mercado mundial por la vía de abundante mano de obra barata disponible para las fábricas norteamericanas y europeas, ayudó a aliviar un poco el golpe a la clase obrera europea que la doctrina económica de Hayeck y Milton Friedman les tenía preparada. En Europa, más que en Estados Unidos, ese golpe pudo suavizarse y alargarse en el tiempo, hasta llegar al momento presente. Pero ese tiempo bonito, ciudadanos europeos, se acabó.
Cuando vemos las noticias que a diario llegan de Europa, y en particular de Grecia, España, Portugal o Italia, pero también de Inglaterra o Francia, nos acordamos de América Latina a inicios de los años 80. En 1981, México se declaró incapaz de cumplir con el “servicio de la deuda pública”, es decir, incapaz de pagar los préstamos y sus altos intereses a la vez que sostener la máquina del Estado funcionando. El problema se hizo extensivo a todo el continente y se declaró abierta la “Crisis de la Deuda” Latinoamericana. Lo cual fue aprovechado por las llamadas IFIs (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo) para imponernos el recetario neoliberal bajo el disfraz de “ajustes estructurales”. Como quien dice: “si no nos pueden pagar, les vamos a refinanciar sus deudas, pero a condición de que impongan reformas laborales, privaticen, reduzcan el gasto social y la planilla estatal, abran sus mercados, etc.”. Es decir, permitan saquearles muchos más y superexplotar a sus trabajadores.
Exactamente eso es lo que está pasando en Europa en 2011. Como Grecia amenaza declarase insolvente, el Banco Central Europeo, garante de los intereses de la banca privada, a cambio de un refinanciamiento, le impone la receta neoliberal completa: para mantenerse en el esquema del euro, y no superar el déficit del 3%, hay que despedir de 50,000 empleados públicos de aquí a diciembre, y otros 200 mil el próximo año, recorte del gasto social, de las que la educación y la salud son las víctimas, reformas impositivas contra las capas medias y los trabajadores. La consigna es garantizar a los bancos su parte a costa de lo que sea. En España, el socialdemócrata Zapatero, pone sus barbas en remojo, y para demostrar que él es un chico obediente, impone su brusco plan neoliberal que va desde recortes salariales a los funcionarios públicos, despidos, achicamiento del gasto social, reforma laboral, etc.
La situación es impresionante, del otrora Estado de Beneficio no está quedando nada. La tasa de desempleo promedio en España supera el 20%, y sigue creciendo. Si se focaliza sobre los jóvenes supera el 40%. En Cataluña el Estado amenaza con cortar las subvenciones a los asilos de ancianos y recortes salariales a los empleados de la salud; en Madrid el gobierno autonómico pretende despedir 5,000 maestros; en algunos municipios pobres del sur la empresa eléctrica ha cortado la luz a algunas instalaciones públicas como gimnasios y bibliotecas. Cada día os parecéis más a nosotros, los que sobrevivimos como podemos en América Latina, África y Asia.
Conciudadanos europeos, compañeros trabajadores de Europa, congéneres miserables y desempleados, colegas asalariados que no podéis pagar la hipoteca y comer al mismo tiempo, por obra y gracia de la globalización neoliberal, nos hemos igualado. Ahora no somos nosotros los que debemos marchar al desarrollo, donde ustedes estaban, sino que ustedes vienen hacia nosotros, al subdesarrollo. Bienvenidos. Bienvenidos al capitalismo real. Ahora es más fácil que todos comprendamos lo que dijo un barbudo alemán, residente en Londres y con espíritu francés, de nombre Carlos y apellido Marx: nuestro enemigo es el mismo en todo lados, los proletarios no tenemos patria, sólo cadenas que romper. “Proletarios del mundo, uníos!”.
¡Cómo cambian los tiempos! Pensar que hace 40 años el debate en la izquierda mundial giraba en torno a los alcances del “boom” económico de la post-guerra europea, y si el mundo había entrado en la llamada era post-industrial. Impresionados por los altos niveles de vida alcanzados bajo el llamado “Estado de beneficio”, no sólo la socialdemocracia, sino también el “eurocomunismo”, dejó para “los días de fiesta” el hablar del socialismo y de revolución.
Los ciudadanos del Viejo Continente parecían vivir bajo una segunda “Belle Époque”, semejante a la del siglo XIX, cuando la explotación imperialista del mundo y su reparto colonial drenaban hacia el Norte un flujo de riquezas incalculables que le permitía a la burguesía repartir un poco a sus trabajadores, vía salarios que pagaban la fuerza de trabajo por su verdadero costo de producción, vía importantes derechos sociales, laborales y democráticos.
Por supuesto que, al igual que fines del XIX, a mediados del siglo XX la prosperidad del Norte se financiaba con la superexplotación del Sur. Muchos ciudadanos, incluidos no pocos de la izquierda, en Europa, no relacionaban las dos cosas. Parecían dos fenómenos desconectados: ellos allá viviendo las mieles aparentes del Estado Benefactor y la democracia burguesa; nosotros acá repodridos en la miseria, el desempleo crónico, los bajos salarios, la insalubridad pública, agobiados por feroces dictaduras, carentes de los elementales derechos democráticos y humanos. Todavía hoy, algunos por allá, no entienden por qué esos miles de árabes y “subsaharianos”, o latinoamericanos, insisten en ir a perturbarles su mundo feliz cruzando en botes el Mediterráneoo a nado el río Grande. Las ideologías, disfrazadas de teoría económica o sociológica, intentaban explicar la existencia de mundos tan dispares apelando a argumentos como: las contradicción entre cultura moderna y tradicional, entre la solidaridad orgánica y mecánica, entre civilización y barbarie.
En América Latina, la economía política parió la llamada Teoría Desarrollista de la CEPAL, la sostenía que nuestra situación se debía al atraso con que llegamos a la modernidad, pero que adoptando algunas medidas como la industrialización sustitutiva, seríamos capaces de superar nuestro subdesarrollo para llegar a ser un día como Estados Unidos y Europa occidental: desarrollados. Todos los sacrificios del momento estaban justificados porque nos conducían por el camino correcto del desarrollo y que, cuando al fin llegáramos, disfrutaríamos de los beneficios sociales y democráticos de acullá.
Pero lejos de llegar a la tierra prometida del desarrollo, estas cuatro décadas discurridas, han conducido a los países del Sur a niveles de explotación y miserias peores. A partir de 1980, con el llamado Consenso de Washington, vimos desaparecer poco a poco la idea del desarrollo. La época de la globalización neoliberal nos quitó la esperanza del desarrollo y la sustituyó por la readaptación al mercado mundial renunciando a los pocos logros sociales y económicos que se habían alcanzado: reforma laboral, precariedad de salarios y empleos, destrucción de los sectores productivos, desnacionalización económica, renuncia al proteccionismo, privatizaciones de empresas públicas a favor de transnacionales europeas y yanquis, empobrecimiento del sector agrícola, liquidación de la seguridad alimentaria, y un largo etcétera de consecuencias sociales.
El saqueo económico neoliberal del “tercer mundo”, ayudado por la incorporación al mercado capitalista de la ex Unión Soviética y el Bloque Oriental, así como la reinserción de China al mercado mundial por la vía de abundante mano de obra barata disponible para las fábricas norteamericanas y europeas, ayudó a aliviar un poco el golpe a la clase obrera europea que la doctrina económica de Hayeck y Milton Friedman les tenía preparada. En Europa, más que en Estados Unidos, ese golpe pudo suavizarse y alargarse en el tiempo, hasta llegar al momento presente. Pero ese tiempo bonito, ciudadanos europeos, se acabó.
Cuando vemos las noticias que a diario llegan de Europa, y en particular de Grecia, España, Portugal o Italia, pero también de Inglaterra o Francia, nos acordamos de América Latina a inicios de los años 80. En 1981, México se declaró incapaz de cumplir con el “servicio de la deuda pública”, es decir, incapaz de pagar los préstamos y sus altos intereses a la vez que sostener la máquina del Estado funcionando. El problema se hizo extensivo a todo el continente y se declaró abierta la “Crisis de la Deuda” Latinoamericana. Lo cual fue aprovechado por las llamadas IFIs (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo) para imponernos el recetario neoliberal bajo el disfraz de “ajustes estructurales”. Como quien dice: “si no nos pueden pagar, les vamos a refinanciar sus deudas, pero a condición de que impongan reformas laborales, privaticen, reduzcan el gasto social y la planilla estatal, abran sus mercados, etc.”. Es decir, permitan saquearles muchos más y superexplotar a sus trabajadores.
Exactamente eso es lo que está pasando en Europa en 2011. Como Grecia amenaza declarase insolvente, el Banco Central Europeo, garante de los intereses de la banca privada, a cambio de un refinanciamiento, le impone la receta neoliberal completa: para mantenerse en el esquema del euro, y no superar el déficit del 3%, hay que despedir de 50,000 empleados públicos de aquí a diciembre, y otros 200 mil el próximo año, recorte del gasto social, de las que la educación y la salud son las víctimas, reformas impositivas contra las capas medias y los trabajadores. La consigna es garantizar a los bancos su parte a costa de lo que sea. En España, el socialdemócrata Zapatero, pone sus barbas en remojo, y para demostrar que él es un chico obediente, impone su brusco plan neoliberal que va desde recortes salariales a los funcionarios públicos, despidos, achicamiento del gasto social, reforma laboral, etc.
La situación es impresionante, del otrora Estado de Beneficio no está quedando nada. La tasa de desempleo promedio en España supera el 20%, y sigue creciendo. Si se focaliza sobre los jóvenes supera el 40%. En Cataluña el Estado amenaza con cortar las subvenciones a los asilos de ancianos y recortes salariales a los empleados de la salud; en Madrid el gobierno autonómico pretende despedir 5,000 maestros; en algunos municipios pobres del sur la empresa eléctrica ha cortado la luz a algunas instalaciones públicas como gimnasios y bibliotecas. Cada día os parecéis más a nosotros, los que sobrevivimos como podemos en América Latina, África y Asia.
Conciudadanos europeos, compañeros trabajadores de Europa, congéneres miserables y desempleados, colegas asalariados que no podéis pagar la hipoteca y comer al mismo tiempo, por obra y gracia de la globalización neoliberal, nos hemos igualado. Ahora no somos nosotros los que debemos marchar al desarrollo, donde ustedes estaban, sino que ustedes vienen hacia nosotros, al subdesarrollo. Bienvenidos. Bienvenidos al capitalismo real. Ahora es más fácil que todos comprendamos lo que dijo un barbudo alemán, residente en Londres y con espíritu francés, de nombre Carlos y apellido Marx: nuestro enemigo es el mismo en todo lados, los proletarios no tenemos patria, sólo cadenas que romper. “Proletarios del mundo, uníos!”.
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