Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, julio de 2011
Despertaron notable interés hace algunos meses unos supuestos comentarios de José Manuel Durao Barroso acerca de posibles estallidos sociales violentos y el “colapso” de la democracia en varios países de la Unión Europea en caso de que no prosperasen los planes de ajuste impuestos por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para su rescate financiero. Que se tratase de una anécdota de difícil verificación (y, en el peor de los casos, fuesen palabras pronunciadas en el transcurso de una conversación informal), limitaron el alcance de la polémica, que quedó circunscrita a medios y redes sociales digitales de la izquierda y no llegó a ocupar las portadas que sin duda hubiera merecido de haberse tratado de una declaración oficial del cuarto hombre de las Azores y actual presidente de la Comisión Europea.
Ninguna de estas circunstancias concurre en el caso de la extensa entrevista que el ministro griego de Economía, Theodoros Pangalos, concedió hace pocas semanas a un medio español (El Mundo, 26/06/2011), en la que afirmaba: “Salir del euro significaría que, al día siguiente, los bancos estarían completamente rodeados de gente aterrada tratando de sacar su dinero, el ejército tendría que protegerlos con tanques porque la policía no sería suficiente, habría revueltas por todos lados, las tiendas estarían vacías, algunas personas se lanzarían por la ventana…”. No hace falta exprimir demasiado estas palabras para advertir la franca y gruesa amenaza que subyace a la fábula apocalíptica: si el pueblo griego lograse frenar los planes de ajuste que sus políticos griegos defienden, los políticos griegos lanzarían al Ejército griego contra el pueblo griego, esto es, darían un golpe de Estado para sofocar la voluntad democrática de su pueblo. Un golpe de Estado -no sería el primero- ejecutado bajo la excusa meliflua de que “la policía no sería suficiente” para mantener el orden público, con la que pretende soslayarse la extrema gravedad de una decisión semejante -en términos tanto de violencia conceptual sobre el edificio jurídico democrático, como de violencia material en aquellas calles y plazas en que tanques armados y ciudadanos desarmados llegasen a confrontarse, de haber finalmente persistido estos últimos en su voluntad de abandonar una moneda y un área de convergencia económica en la que (al menos formalmente) entraron de modo voluntario, pero que ahora no pueden voluntariamente abandonar, so pena de desencadenar una guerra civil.
(...)
La noche del 21 al 22 de julio de 2001, pocas horas después del asesinato de Carlo Giuliani en la plaza Alimonda, la policía italiana allanó la Scuola Díaz en la que descansaban cientos de manifestantes, salvajemente agredidos durante su detención y luego torturados en las comisarías. Se habló entonces de “la noche chilena de Génova”. Diez años después -sin que, por supuesto, aquellos hechos de Génova hayan sido aún debidamente investigados ni juzgados-, es toda Europa la que podría estar adentrándose en una larga y dolorosa noche chilena, o genovesa. Las palabras del locuaz ministro Pangalos desmienten el cándido wishful thinking de Schaff, desvelan la imperturbable voluntad de la Europa de arriba en su renovada lucha de clases contra los la Europa de abajo, y deberían llamarnos a una reflexión sobre la naturaleza y los retos del sujeto antagonista europeo que podría estar gestándose a fuego lento en las luchas todavía dispersas contra el neoliberalismo.
Para las fuerzas sociales, sindicales y políticas que hoy se desempeñan en la construcción de una izquierda europea con auténtica capacidad de transformación social, sería una imperdonable ingenuidad intelectual -y también una imperdonable imprudencia política- descartar la posibilidad de, en paralelo a su propia extensión y radicalización, la emergencia de alguna forma de contrarrevolución armada al servicio de la dictadura de los mercados (por ejemplo, los tanques apostados ante los bancos del escenario Mad Max de Theodoros Pangalos) en el horizonte político a medio (o incluso corto) plazo del continente. Y, en consecuencia, renunciar a prepararse para confrontarla con posibilidades de supervivencia.
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