“La huelga general no
ha paralizado el país”, repite el piquete de la derecha desde ayer, con
tono triunfal. Frente a la consigna, caben dos respuestas: una es entrar
al trapo, jugar en su terreno y con sus reglas, con su lenguaje y sus
parámetros para medir huelgas, y perdernos así en una discusión de
cifras, porcentajes, consumo eléctrico, comparaciones históricas, etc.
Pero
cabe otra respuesta: ignorar las necedades del piquete antihuelga (sí,
necedades, qué otra cosa puede decirse de quien cuenta más manifestantes
en Santander que en Madrid), no perder un minuto en rebatirlo, y mejor
contestarle: “Claro que no paralizó el país. Todo lo contrario: lo
movilizó.”
Un país paralizado es lo que ellos pretenden: un país
paralizado de miedo, una sociedad quieta y callada, atemorizada por la
triple tenaza: la crisis (miedo al paro y a la exclusión); la reforma
laboral (miedo al patrón, al que la reforma laboral dio todo el poder); y
la represión (miedo a los porrazos y multas).
Pero ayer ocurrió
todo lo contrario, y esa es nuestra victoria: el país no se paralizó,
sino que se movilizó, se echó a la calle masivamente y aireó la protesta
durante todo el día. Lo importante de ayer no es si los supermercados
abrieron ni si el consumo energético fue mayor o menor. Lo decisivo fue
que durante veinticuatro horas, desde la madrugada previa hasta la
noche, millones de personas tomaron las calles de mil formas, tanto en
el centro como en los barrios: piquetes (de trabajadores, estudiantiles,
vecinales, ciclistas o yayoflautas), derivas espontáneas, cortes de
tráfico, sentadas, encierros, pasacalles y el remate de las mayores
manifestaciones en muchos años en la mayoría de ciudades. La imagen
resultante no es la de un país paralizado, sino masivamente movilizado,
que llenó de gritos, silbatos y lemas unas calles que, además, tenían
aspecto y sonido de domingo en muchos momentos.
¿Y la huelga como
tal? ¿No se trataba de dejar de trabajar un día? Sí, claro: y
descontados los parados y los más precarios, los servicios mínimos, los
sindicatos esquiroles (CSIF y algún otro) y los sindicatos despistados
(los nacionalistas vascos, que no supieron ver la dimensión europea de
la protesta), lo cierto es que aquí paró todo el que de verdad puede
parar: la industria, el transporte y buena parte de los servicios
públicos. Es decir, los sectores con más fuerza y tradición de lucha
colectiva. También en eso la huelga fue un éxito, y es necedad entrar al
juego tramposo de las cifras y las comparaciones con otras huelgas que
nada tienen que ver (pues nada tienen que ver la sociedad y los
problemas de entonces con los de ahora).
Así que permítanme que
lo diga con todas las letras, en voz alta y sin ceder un milímetro a
quienes tenían preparada la portada del “fracaso” desde días antes: la
huelga general del 14-N fue un éxito. Lo sabemos nosotros, y lo más
importante: lo saben ellos.
Isaac Rosa es escritor y columnista.
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