Clases sociales
Los
pobres son príncipes que tienen que reconquistar su reino.
Agustín
Díaz-Yanes. Nadie hablará de nosotras cuando hayamos
muerto.
Con
seis años, mi padre trabajaba
de primavera
a primavera.
De sol
a sol cuidaba de animales.
El
capataz lo ataba de una cuerda
para
que no se perdiera en las zanjas,
en las
ramas de olivo, en los arroyos,
en la
escarcha invernal de los barrancos.
Ya
cuando oscurecía, sin esfuerzo,
tiraba
de él, lo regresaba níveo,
amoratado,
con temblores
y
ampollas en las manos,
y
alguna enredadera de abandono
en las
paredes quebradizas
de sus
pulmones rosas
y su
pequeño corazón.
En sus
últimos años volvía a ser un niño:
se
acordaba del frío proletario,
porque
era ya substancia de sus huesos,
del
aroma de salvia, del primer cine mudo
y del
pan con aceite que le daban al ángelus,
en la
hora de las falsas proteínas.
Pero
su señorito, que era bueno,
con
sus botas de piel y sus guantes de lluvia,
una
vez lo llevó, en coche de caballos,
al médico. Le falla la memoria
del
viaje: lo sacaron del cortijo sin pulso,
tenía
más de cuarenta de fiebre
y
había estado a punto de morirse,
con
seis años, mi padre, de aquella pulmonía.
Con
seis años, mi padre.
Mayo de 1997, mes y año de su muerte.
Nadie estudiará esta fecha.
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