“Cada uno detenta la capacidad de todos”
Jacques Rancière
Hace dos días la Plataforma Extremeña por
la Renta Básica decidió acampar junto con vecinos, personas en paro y
gentes de otros colectivos frente a la oficina de empleo en Mérida. El primer manifiesto de la acampada
dibuja en pocas palabras la situación de emergencia social que vive la
región, donde el 40% de los habitantes roza el umbral de la pobreza. Son
cifras que van más allá de las cifras, que hablan de un hundimiento
mucho más profundo, de algo que no se puede medir. Todo gobierno es
siempre algo más que una administración de las cosas y las personas: es
también un orden de sentidos y explicaciones, y
en Extremadura, como en tantos otros lugares, ese orden ha dejado de
regir. Eso es lo que las cifras no pueden medir: cómo las cosas se están
quedando sin palabras con que nombrarlas, porque sus significados no
expresan lo que se vive en una realidad insostenible y desquiciada.
Ante semejante catástrofe social, la
acampada ha fijado un programa de tres puntos esenciales: renta básica,
empleo público, suspensión inmediata de los desahucios. Es un programa
inteligente, que tiene la virtud de federar fuerzas distintas en una
misma lucha y en un mismo relato, y de esquivar así los dos extremos
simétricos del silencio rabioso y el grito desesperado que no alcanza a
decir nada. Eso se escucha en el discurso de la acampada: una voluntad
de llamar a las cosas por su nombre, por un nombre que es común a varios
combates, a situaciones y energías distintas, con el fin de podérselas
reapropiar. Ya no vale con gritar que lo que se nos dice es mentira: es
hora de poner la verdad a trabajar.
Esa es la virtud de lo que se está
haciendo en Mérida, como un anticipo del esfuerzo que hoy, 23F, resuena a
lo largo y ancho del Estado. El primer manifiesto afirma la voluntad de
ofrecerse como punto de encuentro para los movimientos y las mareas en
defensa de los derechos sociales. Ese punto de encuentro, ese lugar
común hace exactamente lo que dice: le da cuerpo a una
afirmación que se hace a varias voces, las reúne y amplía en una
capacidad y una lucha colectivas que prolongan y refuerzan la de cada
uno. A ese lugar de todos, ese lugar de cualquiera, en Mérida se le ha
dado el nombre de Campamento Dignidad.
En 1486, el filósofo Pico della Mirandola escribió una oda a la libertad llamada Discurso sobre la dignidad del hombre.
La dignidad es lo que nos distingue de las bestias, y consiste en la
“admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo
que desee, ser lo que quiera”. Desde el momento en que nacemos con esa
suerte, explica Pico, nuestro deber principal es cuidar de ella: “que no
se diga de nosotros que, siendo en grado tan alto, no nos hemos dado
cuenta de habernos vuelto semejantes a los brutos”. Sí nos hemos dado
cuenta. En Mérida, la dignidad es el nombre común para afirmar nuestra
suerte ante este gobierno de la desgracia: la de juntar todas las
capacidades, las fuerzas y las razones, para oponer a la barbarie un
deseo rotundo de libertad.
Ilustración de Ramón Rodríguez
Publicado en kaosenlared el -23-02–13
Publicado en el Periódico Diagonal el 28-02-13
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