Un presidente de gobierno, que apenas habla y cuando lo hace supera
con frecuencia las mayores cotas concebibles de insustantividad,
disertando sobre las acciones “profundamente antidemocráticas” de los
activistas de las PAH. Una delegada gubernamental, Cifuentes es su
apellido, clon impecable e incluso superador de doña Esperanza Aguirre,
intentando desprestigiar al movimiento relacionándolo –con rectificación
posterior formulada en susurros- con ETA, HB y la lucha callejera.
Dirigentes “populares” tildando de nazis a los miembros de uno de los
movimientos sociales populares más importantes de los últimos años. Una
secretaria general-popular, Cospedal Thatcher, esgrimiendo su muy
conocida batería de insultos rancio-conservadores, peineta incluida,
intentando desprestigiar ante la opinión pública las Plataformas de
Afectados siguiendo consejos de algún docto cortesano servil. Un
portavoz del grupo mayoritario en el Congreso, Alfonso Alonso,
escribiendo una carta a sus correligionarios en la que comenta que
“algunos compañeros y sus familias han sufrido situaciones de acoso que
no debemos pasar por alto”, al tiempo que se muestra totalmente incapaz
de entender el “acoso y derribo” de familias trabajadoras que han sido
expulsadas de sus viviendas, arrojadas a la calle y al sálvense quien
pueda, por no poder hacer frente –por despidos laborales y/o estafas con
cláusulas abusivas, nunca por desidia- sus pagos hipotecarios. Don
Pons, por supuesto, poniéndose las botas castrenses y ordenando, con
mando en plaza., posición de firmes a la ciudadanía crítica. Doña Rosa
Díez haciendo una defensa cerrada, y muy pro domo sua, de la clase
política a la que pertenece con tanta entrega y dedicación y desde
tiempos casi inmemoriales. Una conocida política institucional,
supuestamente de izquierdas, número dos de su partido, doña Elena
Valenciano, que después de recordar apenada que ella sabe bien, muy
bien, que “la gente” lo está pasando muy mal, gira rápidamente hacia su
brazo conservador, siempre tan a mano, y afirma –vale la pena no olvidar
sus palabras- que “no se puede promover la violencia y el acoso” a
gente a la que se ha votado (es decir, sus amigos del PPSOE), y sí, en
cambio, por lo que parece, ejercer violencia y acoso (aunque sea un
“poco doloroso”) a familias trabajadoras desesperadas a las que ella
misma poco ayudó cuando su partido dirigía -o jugaba a dirigir o decía
que dirigía- nada menos que el timón de la nave del Estado borbónico,
sabiamente orientado en la cúspide por el suegrísimo del yernísimo y su
entrañable amiga Frau Wittgenstein (¡Ay di el autor del Tractatus levantara la cabeza!).
Y así siguiendo. ¿Conclusión? Es fácil, muy fácil. Que lo estamos
haciendo muy bien, pero que muy bien. Que la PAH -¡una vez más!- ha
tocado, está tocando puntos esenciales de este sistema
político-económico en descomposición. Que los movimientos sociales
críticos nos están dando a todos una auténtica lección que no debemos
olvidar, mostrándonos y recorriendo caminos que vale la pena transitar
junto a ellos.
El gran maestro e historiador Josep Fontana
señaló recientemente que estamos viviendo una época en la que los
miembros de las clases dominantes están más sosegados, tranquilos y
seguros de su fuerza y poder que nunca. Jamás soñaron una situación así,
tan a su gusto y medida, en estos dos últimos siglos. Se trata de
corregir la situación; lo estamos intentando. La PAH está enseñando que
es posible derribar estos muros.
Veamos algunos vértices político-culturales de la situación a propósito de los escraches:
Llamamos coacción a ejercer fuerza o violencia contra alguien para
obligarle a que diga o ejecute algo contra su voluntad. También al poder
legítimo del Derecho para imponer su cumplimiento o prevalecer sobre su
infracción. En Biología, coacción es la interacción ecológica de dos o
más especies que conviven en un biotipo.
Dejemos al lado la
segunda y tercera acepción. No vienen al caso. ¿El escrache es una
coacción antidemocrática? ¿Equivale a ejercer fuerza o violencia contra
alguien para obligarle a que diga o haga algo en contra su voluntad?
No, no lo parece. El escrache, ha señalado Escudier [1], es una forma
de protesta que consiste en acudir a un lugar público o no tan público
(no es fácil presionar en ciertos ámbitos protegidos, en su propio
terreno, en territorio comanche para la ciudadanía) donde trabaje o se
mueva un responsable político servil, un empresario desalmado, un ex
torturador o incluso algún asesino político que ande suelto y escondido,
y llamar públicamente la atención con la percusión de algunos
instrumentos, con algún que otro testimonio oral airado, con pancartas
de denuncia o, puestos en materia, cantándole las cuarenta a capela
cuando sea imprescindible (y lo es en numerosas ocasiones). No parece
muy exagerado, no parece que sea ningún atentado y menos, desde luego,
un atentado violento y antidemocrático. ¿Alguien ha salido lesionado?
¿Algún familiar de los interesados ha sido ingresado por traumatismo
físico o psíquico? ¿Alguien ha sido arrojado fuera de su vivienda, a la
p. calle como dirían algunos? ¿Alguien les ha machado, tomando pie en
doña Fabra, con un “que se jodan”? ¿No es razonable denunciar lo que
debe ser denunciado usando los resquicios posibles, incrementando dos
décimas y media el desasosiego de gentes acomodadas que ven las corridas
sociales sangrientas desde la barrera, con sombrero y con cuentas
abultadas para protegerse del sol, los desahucios, el desempleo, las
desigualdades y del mal tiempo? ¿Van a seguir viviendo en el mejor de
los mundos posibles mientras gran parte de la ciudadanía vive en la peor
de las pesadillas sociales?
Teniendo en cuenta sus
antecedentes más próximos, su excelente balance democrático y popular en
América Latina en la denuncia de criminales y cómplices [2], no parece
que el escrache sea un procedimiento que merezca ser desdeñado ni
permita una crítica por principio. Ni de entrada ni de salida. ¿No sería
razonable, justo, prudente, democrático e incluso urgente ir a los
alrededores del señor Boi Ruiz, el Atila neoliberal de la conselleria de
Salud de la Generalitat de Catalunya, estén donde estén, y contarle e
incluso gritarle, a él y a los suyos, que también parecen estar sordos,
ciegos y muy felices de conocerse a sí mismo y sus privilegios, el
enorme sufrimiento que está ocasionando entre sectores muy vulnerables
de la ciudadanía, los que no son de lo suyos, ni de sus amigos
confortablemente situados, ni tienen acciones en sus corporaciones
amigas con moqueta y aire acondicionado mientras decrementan
sustantivamente la atención y los recursos destinados a los usuarios de
la sanidad pública?
Un lector de Público se expresaba
sobre la experiencia argentina de los escraches en términos que vale la
pena recordar. Los escraches comenzaron en su país, señalaba, “cuando ni
el Poder Ejecutivo, ni el legislativo ni el judicial dieron respuesta
al reclamo de la ciudadanía para sancionar a tantos y tantos
responsables de la dictadura cívico militar. Esos tres poderes se
mostraron cómplices de lo ocurrido al negarse a investigar y sancionar”.
En el derecho romano, recuerda, “existía una figura denominada "muerte
civil". En ella el sujeto carecía de los derechos del resto de los
ciudadanos”. Los escarches, prosigue, buscaron y buscan “visibilizar
ante los vecinos a los responsables de tanto dolor e imposibilitar su
disfrute en los espacios en que se mezclaba con el resto de la
ciudadanía”. Aún hoy es posible ver que “si un genocida aún en libertad
asiste a un restaurante/tienda/espectáculo, y es detectado por otro
asistente, éste anuncie a viva voz la presencia del primero y gran parte
de los asistentes amenazan retirarse si el genocida no lo hace”. Para
la sociedad argentina, concluye el lector de Público, “los
escraches han ayudado a impedir el manto de silencio que se pretendía
implantar” (¿Y en España?… ¡Ay, España! Pongamos que hablamos de la
transición-transacción y de la memoria y el olvido históricos).
Por lo demás, y el punto no es marginal, ha habido entre nosotros
alguna reacción, no las ya esperadas, que ha podido sorprender por su
singular “razonamiento” y por la atalaya “crítica” desde la que estaba
formulada.
Fernando Savater escribía sobre el tema el pasado
lunes en ese diario del que es tan amigo [3]. Lo hacía en estos
términos. “Que el ejercicio de la política necesita una revisión a fondo
en muchos países europeos —entre ellos, desde luego España— es una
evidencia que apenas cabe discutir”. Bien por ahora. “Los representantes
electos dan a menudo la impresión de formar una casta cerrada sobre sí
misma, impermeable a todas las demandas populares difíciles de encauzar
según las rutinas burocráticas, expertos en disculpar los errores
propios agigantando los ajenos y para quienes siempre lo que se hace es
lo único que puede hacerse, por mucho sudor y lágrimas que cueste… a la
sufrida ciudadanía”. Mejor si cabe. “Pero la docilidad resignada (o
desesperada) de esta parece a punto de acabarse. Hay grupos muy
dinámicos que quieren hacerse oír saltándose a los habituales
intermediarios y que están dispuestos a llevar a las calles los debates
que se echan en falta en el Parlamento”. No está mal, nada mal.
Va a ser cada vez más corriente, vaticina don Fernando, “que los
ciudadanos reclamen directamente a sus representantes y les expongan sus
quejas, con maneras mejor argumentadas o más tumultuosas”. Eso sí,
señala el amigo de Cioran sin venir mucho a cuento, que “una cosa es ser
escuchados y otra ser obedecidos” (como resulta evidente para todos sin
necesidad de señalarlo). Los representantes electos, prosigue, no
escribe “los políticos” porque “políticos son también, para lo bueno y
lo malo, quienes les interpelan” obviando don Fernando diferencias de
calado, de mucho calado, incluso distancias años-luz entre unos y otros,
“deben tomar en consideración las voces ciudadanas apremiantes que les
llegan, aunque no sea por el conducto reglamentario”. Aunque no sea,
repito, por conducto reglamentario deben tomar en consideración esas
vindicaciones. Parece justo.
Bien, bien en general hasta aquí.
Pero llega Mr Hyde y entonces, el estudioso de Schopenhauer, señala que
“tienen que decidir de acuerdo con su leal saber y entender pues para
eso fueron votados por mucha más gente de la que suele manifestarse”,
olvidándose, como resulta evidente para él mismo y para todos, que
muchos votantes de esos representantes electos desconocen sus oscuras
intenciones en numerosos casos y, sobre todo, los intereses corporativos
y finalidades afines que esos mismos representantes suelen defender con
ahínco y compensaciones, arrojando programas y palabras de campaña al
archivo de los gestos inútiles y teatrales. La política, dicen, es
realismo sucio.
Añade don Fernando por su parte: “Que se vean
escarnecidos en sus vecindarios, coaccionados con simulacros de
linchamiento y se intimide a sus familias no solo es democráticamente
intolerable sino que arroja sombras de sospecha sobre la “espontaneidad”
de los que protestan”. Las comillas de espontaneidad, nada inocentes,
son suyas, de don Fernando, y la exageración y falsedad de la
descripción lleva su firma, sin que el catedrático de Ética argumente
por qué resulta democráticamente intolerable presionar (es decir, gritar
y denunciar) a gentes con poder que actúan antidemocráticamente y
agreden, ellos sí, sin miramientos y sin simulacros (aunque, eso sí, a
distancia y apretando botones de votaciones) a gentes muy desprotegidas
que viven situaciones que están a siglos-luz de su privilegiada
situación. ¿Qué deberían hacer estos ciudadanos? ¿Enviarles una carta
cortés y muy, pero que muy filosófica? ¿Intentar dictar una conferencia
en el rellano de sus domicilios sobre las razones profundas del mal y la
injusticia? ¿Promover un curso de argumentación sobre el héroe y su
tarea mientras no tienen lo mínimo para ir tirando y buscan refugio en
casas de amigos o en viviendas sociales?
No acaba aquí la cosa,
no acaba aquí la carga muy-culta de la cultivada caballería savateriana.
Quienes se desgañitan, prosigue, “diciendo que si no se les hace caso
no hay democracia son poco de fiar”.¡Poco de fiar! ¿Por qué? Pues
“porque la democracia consiste también en procedimientos, garantías y
respeto institucional: lo demás es demagogia y populismo, o sea
democracia basura”. ¿Lo demás, lo que no sea procedimientos, garantías y
respeto institucional, es democracia basura? ¿Pero no había señalado lo
contrario don Fernando quince líneas arriba? ¿Debemos y podemos
respetar, como soldados de un Ejército imperial, unas instituciones
ciegas, y sus procedimientos anexos, ante el sufrimiento de sectores
sociales muy pero que muy vulnerables? ¿Lo demás es basura? ¿Incluso las
sentencias del Tribunal europeo de Justicia? ¿Quiénes han acordado,
quienes respetan de hecho, esos procedimientos, esas garantías e
intervienen en la arena política siguiendo ese supuesto “respeto
institucional”? ¡Qué bien vive don Fernando! ¡Qué alejado está de todas
estas situaciones desesperadas!
La guinda final está a la altura de los pasos citados del artículo. El que crea, señala el autor de la Ética para Amador,
“que una buena causa justifica malos modos [¡malos modos!] debe
recordar que abre la puerta a que sean empleados para otras menos de su
gusto”. Por ejemplo -son de don Fernando las ilustraciones- para abolir
la despenalización del aborto (¿por qué no dirá nada de las enormes
presiones del Opus y de grupos próximos en Nafarroa a los médicos para
que se declaren objetores?) o “la doctrina Parot, quizá para reivindicar
la pena de muerte”. ¿Es una cuestión de malos modos, de descortesía, de
falta de educación? ¿De verdad de la buena don Fernando?
La
sentencia final de la nota está a la altura del profundo conservadurismo
político-cultural de alguien que de joven coqueteó con el anarquismo y
escribió en contra de las patrias y a favor de Spinoza: “Bienvenida la
participación más amplia y enérgica de los ciudadanos, no de los
borrokas”. ¡El paso, sin duda, es un ejemplo de procedimiento
político-lingüístico impecable, cortés, afable y respetuoso! ¡Mejor
imposible! ¡Qué buenos modos, qué procedimientos tan exquisitos los
usados por don Fernando!
Pero no todo, afortunadamente, lo están llenado este tipo de declaraciones y “reflexiones”.
Jordi Mir, el gran discípulo de Francisco Fernández Buey, excelente
conocedor de los movimientos sociales alternativos, ha recordado cosas
tan básicas como la siguiente: “Nuestra sociedad es más sensible a la
alteración del orden que a la violencia estructural, como la pobreza,
cuando el verdadero sufrimiento lo padecen los afectados por la crisis,
el desempleo y los desahucios”. Ada Colau ha rematado el argumento: “Nos
estamos volviendo locos y hemos dejado de ver el conjunto. El límite no
lo han traspasado los ciudadanos sino la praxis bancaria y los
gobiernos que les inyectan dinero público mientras la gente se tira por
la ventana”. Jaume Funes, por su parte, ha recordado oportunamente al
mejor Hegel, el que gustaba a Heine: “La legalidad es un concepto
construido. Lo legal debe ser legítimo y lo legítimo debería hallar un
cauce de legalidad”. Y no siempre es así; también éste es un ámbito en
construcción.
Sugerencia final: si los políticos
institucionales, conservadores y no tan conservadores, suelen estar y
actuar al servicio de poderosos centros corporativos y grandes grupos
financieros dispuestos a casi todo menos a modificar sus prácticas de
extorsión, ¿no deberíamos extender las “molestias”, estos “malos modos”
al decir de don Fernando estas quejas democráticas críticas,
intolerables para los que suelen defender leyes y órdenes injustos e
intolerables, a los representantes más conocidos de esos centros sin
alma y sentimientos y deseos irrefrenables e insaciables de rapiña,
explotación y expropiación popular? Parece razonable. Nos va la
justicia, la dignidad y nuestra misma protección en ello.
PS: Un
ejemplo sobre desahucios y solidaridad a tener muy en cuenta [4].
Verónica Del Río Ferreira tendría que haber abandonado hace pocos días
el piso en el que vivía desde que en 2008 fue desahuciada de su vivienda
por no poder hacer frente a la hipoteca. Su suegro, que la había
acogido junto con su hija de nueve años, también tuvo que dejar la casa.
La Xunta de Galicia le retiró la ayuda para el alquiler que tenía desde
hacía cinco años.
Llegada la fecha del desalojo, “a esta joven
madre solo se le presentaba la posibilidad de instalarse en el hostal
América, con cargo al Ayuntamiento”. Las trabas eran muchas. A pesar de
que le habían ofrecido ayuda para el traslado de sus enseres, esa semana
-con muchos festivos- no iba a ser posible. Estaba también el
almacenaje de sus cosas mientras se hospedaba en el hostal. La
alternativa era el local de la Asociación Veciñal de Esteiro. A Verónica
no le parecía muy apropiado tener sus pertenencias alli. Aunque
agradeció el ofrecimiento.
Es aquí donde entra “María”, una
vecina de Ferrol que, tras haberse enterado del caso, contactó con un
periódico gallego para llegar a la afectada. “María” le ofreció la
posibilidad de contratarle el alquiler de un piso –Verónica no puede:
carece de nómina o pensión– y sufragarle el importe durante un año.
Verónica, agradecida, consideró que el piso era muy grande para ella y
su hija. Buscan otras alternativas. “Tienen de plazo hasta el domingo,
fecha en la que la joven tiene que entregar las llaves de su vivienda
actual”.
“María”, que no quiere que se publique su nombre real
ni el de su marido, ha declarado. “Somos un matrimonio de pensionistas
que, gracias a Dios, estamos a cubierto, porque tenemos nuestro piso, y
queremos arrimar el hombro a quien lo necesita. Es muy triste que la
gente se quede en la calle”. La Cocina Económica y Cáritas hacen una
extraordinaria labor, señala, “pero hay mucha gente sin techo que
necesita de la ayuda de todos”. Resta importancia a su gesto. “Es lo que
debemos hacer, porque todos necesitamos encontrar un corazón amigo que
te ayude a salir de los baches. Esos son los valores que hay que
cultivar”.
Verónica confía en que no sea necesario prolongar la
ayuda un año. Su compañero se marchó hace una semana a trabajar a
Madagascar. Pronto podrá aportar dinero a la familia. Como en los viejos
tiempos de silencio y emigración forzada.
Notas:
[2] ¿Y por qué nunca en España con políticos franquistas y torturadores
policiales y especies racionales y no racionales afines, incluyendo,
por ejemplo, médicos (juramento hipocrático no transgredido) al servicio
de la Ley, el Orden, la barbarie y el sufrimiento?
[3] Fernando Savater, “Democráticamente intolerable”, El País, 23 de marzo de 2013, p. 34.
Salvador
López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS
(Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu
Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
Impecable articulo!!!
ResponderEliminarSalut.