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 Ha  sido de ver y no creer: al candidato socialista Rubalcaba  se le ha  quedado, cosa rarísima, cara de tonto. La inopinada decisión del   presidente socialista Zapatero de proceder a una "reforma  constitucional" para  fijar un tope al déficit público pilló a casi todo  el mundo por sorpresa. No al  conservador Rajoy, que además de  previamente avisado por el jefe del gobierno,  conocía la existencia de  una carta del presidente del BCE, Trichet. En la  carta, Trichet, con la  inestimable colaboración del gobernador del Banco de  España, del  exministro de economía Solbes –muy activo últimamente— y aun de la   actual ministra, Elena Salgado, exigía a Zapatero ésta y otras medidas  (como el  fin de la "ultraactividad" en la negociación colectiva, o la  prórroga  prácticamente indefinida en los plazos de los contratos  laborales temporales) a  trueque de la compra masiva de deuda soberana  española e italiana en los  mercados financieros secundarios. En el  debate parlamentario, además de  recordar que esa iniciativa la  propusieron los conservadores del PP hace un año  frente a la  displicente  oposición  del entonces ministro Rubalcaba, Rajoy logró, con redoblado  recochineo, poner  en aprietos a Zapatero: ¿Había o no había carta de  Trichet de por medio? No  hubo respuesta… 
 La  iniciativa de reforma constitucional no podía ser más  inoportuna.  Primero, porque los "mercados" hace semanas que han comprendido ya que   las amenazas más importantes para la eurozona vienen precisamente de las   políticas procíclicas de austeridad aplicadas por la elite política  europea.  Segundo, porque casi todo el mundo –¡hasta los editorialistas  de El País!— ha comprendido ya que el  verdadero  problema de la eurozona es su pésimo diseño institucional  –singularmente,  la inexistencia de una autoridad fiscal—, no la deuda  pública de los PIIGS. Y  tercero, porque cualquier posibilidad electoral  del centro, del centroizquierda  y de la izquierda en España pasa por  librarse del suicida corsé de austeridad  fiscal procíclica impuesto por  la incompetente troika dirigente (BCE, FMI, Comisión  Europea) al  conjunto de la UE y por insistir políticamente, en cambio, en la   perentoria necesidad de un rediseño radical de la arquitectura  institucional del  continente. 
 El  contenido de la "reforma constitucional" propuesta por  procedimiento  de sumarísima urgencia es acaso lo de menos: por técnicamente   impertinente, es seguramente irrelevante. Los plazos  manejados para su  entrada en vigor (2018-2020) hacen de esa reforma incluso  algo  ridículo: con la que está cayendo y la que va a caer, ¿quién quita que  no  caiga antes la Unión Europea? Pero su dimensión simbólica es  demoledora: luego  de suicidarse políticamente el 10 de mayo de 2010,  Zapatero parece dispuesto a hundir también  cualquier perspectiva de  mínima recuperación electoral del PSOE y del candidato  Rubalcaba, viejo  zorro ahora atrapado en cepo.  ¿Piensa  el zombie político Zapatero más en su futuro  personal que en ninguna  otra cosa, y desde luego más que en el futuro político  de su propio  partido? Lo cierto es que España es un país con grandes  posibilidades  para los políticos retirados. Las puertas giratorias entre el  mundo de  la política y el de los negocios son aquí anchas, veloces y venturosas.   No hace falta hablar de los expresidentes González (grupo Slim) y Aznar  (grupo  Murdoch). Josu Jon Imaz es ahora presidente de Petronor. El  exministro de  agricultura Luis Atienza, presidente de la Red Eléctrica  Española. El  exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué, presidente  de la aerolínea  Vueling. El exministro de economía de Zapatero Pedro  Solbes, en Enel,  propietaria de Endesa, y en el banco británico  Barclay. El exministro de  economía Carlos Solchaga,   presidente  de la Fundación Euroaméricas. El exministro de sanidad Julián  García  Vargas es ahora un hombre estrechamente vinculado a la Big Pharma.  Rafael  Domènech, antiguo subdirector de la Oficina Económica de Moncloa  con Zapatero,  es ahora economista jefe del BBVA para el área de España  y Europa. Y por  terminar en algún sitio: David Taguas pasó sin  mediaciones de dirigir la  Oficina Económica del presidente Zapatero y  de ser miembro de la Comisión  Delegada para Asuntos Económicos del  Gobierno a presidente de SEOPAN, el lobby  más importante la patronal  inmobiliaria (la que alentó la burbuja que ha  terminad por hundir a la  economía española).  
 Zapatero  era en 2002 un insignificante diputado de  provincias, tan disciplinado  como mudo parlamentariamente durante años, cuando  contra todo  pronóstico llegó a hacerse con la secretaria general de un PSOE  todavía  destrozado por los escándalos de corrupción y terrorismo de Estado del   final del felipismo social-liberal. Cuando, también contra todo  pronóstico,  llegó en 2004 a la presidencia del gobierno del Reino de  España, lo que los  mortales comunes podían conocer del ideario político  de Zapatero se reducía  prácticamente a esta asombrosa profesión de fe  relativista postmoderna, digna  de Forrest Gamp: "Ideología  significa idea lógica y en política no hay ideas  lógicas, hay ideas  sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo,  pero nunca  por la evidencia de una deducción lógica (…) Si en política no sirve  la  lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia  no  resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo,  sino tan sólo  la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor  alguno que oriente  las premisas y los objetivos, entonces todo es  posible y aceptable, dado que  carecemos de principios, de valores y de  argumentos racionales que nos guíen en  la resolución de los problemas".  [Prólogo a Jordi Sevilla: De nuevo,  socialismo, Barcelona,  editorial  Crítica, 2002] El  autor del libro prologado, el economista Jordi Sevilla,  es quien, como  se recordará, tenía que enseñarle al candidato Zapatero  "economía en  dos tardes". De economía sigue sin haber aprendido una palabra.  Tal vez  haya aprendido, sí, a hacer negocios personales. Tan o más relevante   que eso parece, empero, su curriculum de frívolo zascandil invertebrado,   complacientemente dispuesto a dejarse agitar por los vientos sociales y  políticos  de la hora. Ganó sus primeras elecciones aupado por la hora  del notable  movimiento social generado en España por la oposición al  "trío de las Azores" y  de la mano, entre otros, de unos sindicatos  obreros que habían mostrado una  creciente oposición a la política del  Gobierno Aznar. En su primer mandato,  Zapatero se presentó como un  demócrata radical, dispuesto a ampliar derechos en  todas las  direcciones imaginables: derechos sociales, derechos nacionales,   derechos civiles; incluso sugirió un compromiso con una ley electoral  más  democrática, menos discriminatoria con la izquierda. En su segundo  mandato, y arrastrado  por la feroz ofensiva contrarreformadora que ha  seguido al desplome del  capitalismo financiarizado en septiembre de  2008, hemos asistido a una progresiva  y sistemática embestida contra  todos esos derechos, y en general, contra el  sentido común de la  izquierda y del centroizquierda social. La guinda la ha  puesto ahora,  con la propuesta de nada menos que "reforma constitucional"  que  pretende aprobar por procedimiento parlamentario de urgencia, evitando  –con  la refocilada complicidad del PP— su ratificación popular en  referéndum.  En  los próximos días sabremos si el grueso de su partido, el  PSOE, se  resigna agónicamente a un descalabro electoral sin precedentes el   próximo 20 de noviembre, o si hay en ese partido todavía voces  mínimamente acordes con el sentir  de la izquierda social,  señaladamente, los sindicatos obreros y el Movimiento  del 15 M. 
 Antoni Domènech es el  editor general de SinPermiso. Gustavo  Búster es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso. |