Lo principal en este año que
empieza es que no nos movamos, que estemos quietecitos y no levantemos
mucho la voz. De ahí la insistencia en convencernos de que ya está todo
el pescado vendido desde antes de quitarle el celofán al 2013, que sus
doce meses están ya escritos en lo sustancial, y que más allá de
accidentes y cambios menores, no hay nada que hacer.
Antes de la crisis era costumbre que en estas fechas los medios de
comunicación consultasen a adivinos para que echasen un vistazo a la
bola de cristal y nos contasen qué nos deparaban los doce meses
venideros. Era una chufla, por supuesto, un elemento festivo más del
cambio de año, y ahí estaban esas pitonisas de medio pelo vaticinando
siempre lo mismo: un desastre natural, la muerte de alguien importante,
una boda de altura, el equipo que ganaría la liga, lo mismo de todos los
años, sin afinar mucho, que ya se sabe que la adivinatoria no es una
ciencia exacta.
Desde que empezó oficialmente la
llamada crisis, los adivinos, videntes y trileros del tarot han
enmudecido, no se les oye más que en la madrugada televisiva y previa
llamada a un número de pago. Su lugar lo han ocupado los organismos
oficiales, las instituciones económicas, los centros de estudios, los
ministerios de Economía y los expertos de toda condición, que desde
meses antes de cerrar el año ya adelantan cómo será el próximo.
En su caso, al contrario que los pitonisos, sí afinan la predicción,
con decimales incluso: nos dicen cuánto caerá el PIB, cuántos nuevos
parados se unirán a la cola, por dónde se quedará el déficit, cuánta
deuda habrá que refinanciar y a qué precio. Por su parte, los echadores
de cartas de la política anticipan las reformas con que seremos
golpeados, las nuevas leyes que parecen ya redactadas de antemano.
Así, para 2013 ya sabemos que seguiremos en recesión, que el paro
desbordará con mucho los seis millones, que habrá otra reforma de
pensiones más dura, que el gobierno recortará otros 13.000 millones solo
para empezar. Y hasta sabemos que acabaremos pidiendo el rescate, que
según los pitonisos no lo hemos pedido en 2012 gracias al relajo de la
prima, debido a que los mercados daban por descontada la petición de
rescate en 2013, que esa es otra de las artes adivinatorias del
capitalismo, “dar por descontado”, momento en que se activa esa profecía
que nunca falla: la de autocumplimiento.
Así que uno
se levanta hoy, con la resaca del cotillón, y se encuentra con que el
nuevo año ya está viejo antes de estrenarlo, manoseado, cuadriculado,
calculado, liquidado. Nos ponen por delante doce meses trazados con
tiralíneas, con las cuentas ya echadas, para que no nos salgamos del
renglón y aceptemos que no hay nada que hacer, que no merece la pena
pelear porque el resultado ya está escrito antes de empezar. Ya nos lo
advirtió Rajoy el viernes: 2013 será duro, y tendremos que aguantar y
tener paciencia hasta final de año, que ya 2014 será mejor. Es decir,
tenemos por delante un año entero de ajo y agua.
Lo
mismo podríamos decir de la agenda política del nuevo año: estos días
nos entregan una agenda que tiene ya escritas la mayoría de páginas,
donde ya están fijadas cuáles serán las citas decisivas de 2013: las
cumbres mundiales y europeas, las elecciones nacionales a seguir, las
reuniones convocadas desde meses antes y con orden del día cerrado, las
subastas de deuda mensuales, los plazos y condiciones a cumplir por
orden de Bruselas y Berlín, las conmemoraciones, los viernes de Consejo
de Ministros en que caerá algún premio, y hasta los desahucios que ya
estarán fechados en el expediente correspondiente.
Una de las armas más devastadoras de este tiempo es la resignación, el
fatalismo con que tantos aceptan que no hay nada que hacer, que no hay
alternativa, que esto es “lo que toca”, y que como mucho podemos
amortiguar algunas consecuencias, suavizar la dureza, pero no
revertirla. El juego adivinatorio de estos días alimenta ese fatalismo:
para qué vas a luchar en 2013, si el año entero está escrito desde el 1
de enero hasta el 31 de diciembre, tanto en lo económico como en lo
político.
Pues no, oiga. Una cosa es lo que muestren
los pitonisos en sus cartas trucadas y en sus bolas de cristal donde se
ve lo que quieren que se vea, y otra lo que de verdad vaya a ocurrir.
Sobre esas previsiones, los próximos meses pueden ser infinitamente
peores, pero también algo mejores si empujamos en otra dirección; pueden
seguir al pie de la letra lo escrito, o intentar otros párrafos si
sumamos fuerzas suficientes, si trabajamos por construir nuestra propia
agenda y rechazamos la que nos dan, esa en la que casi no han dejado una
página en blanco para apuntar algo.
Que pase lo que
pase, y hagamos lo que hagamos, tendremos un 26% o 27% de paro, no es un
pronóstico: es una verdad impuesta, ideológica e inaceptable. No es
admisible un sistema político y económico que da por buena una
catástrofe así y se sienta a esperar. Eso no es una previsión: es un
dictado, una orden, y por tanto no hay que acatarla, y sí denunciar al
gobierno que ante un anuncio así renuncie a intentar si quiera otra
política económica para invalidar el vaticinio.
No, 2013 no está
escrito. Y si lo está, no es nuestra letra, es una falsificación, otra
estafa. Si queremos que este sea el año de la desobediencia, comencemos
por desobedecer las previsiones y agendas cerradas.
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