Manuel Garí, en Viento Sur |
La primera Huelga General contra las medidas de ajuste del gobierno del Partido Popular, a 100 días de su constitución y el día de antes de la presentación de los Presupuestos Generales del Estado de 2012 que contienen recortes del gasto sin precedentes en la Unión Europea, ha sido un éxito.
En primer lugar porque alumbra y posibilita un cambio de rumbo en el movimiento social. La huelga de más de 10 millones de trabajadores y trabajadoras y las manifestaciones en más de 100 ciudades del estado español, que han reunido más de un millón y medio de personas, supone una inflexión en la tendencia depresiva del movimiento obrero. Durante los últimos años la clase obrera no lograba poner en pie medidas de resistencia frente a los avances neoliberales iniciados con Zapatero y consagrados por Rajoy. Ayer se puso en pie y dijo basta.
En segundo lugar porque las gentes de abajo han vivido la jornada de lucha como un éxito. Esta percepción es un dato político de primer orden. Y actúa con independencia de los mensajes descalificadores de la huelga y de las mentiras sobre su seguimiento lanzados desde el gobierno y los medios de comunicación de la derecha. Este factor subjetivo, la sensación de fuerza, es de gran importancia para el futuro del movimiento. Decenas de miles de activistas sociales y sindicales han vivido el día 29 de marzo como la fecha en la que de nuevo se compartía unidad en el piquete, en la calle y en el ánimo. Unidad para luchar.
El tercer indicador de éxito ha sido el despertar y la activa participación de millares de estudiantes en las protestas. Jóvenes que han venido a sumarse a los “veteranos” activistas del 15 M, la generación de las y los parados y precarios de entre 25 y 35 años, que, por su parte y con diferentes formas de acción y de relación con el movimiento obrero y, en concreto, con las centrales sindicales mayoritarias, han supuesto un elemento de revitalización de los piquetes informativos.
En cuarto y último lugar porque el propio gobierno y la organización patronal CEOE han reconocido -pese a sus desmentidos de la evidencia y sus negaciones de la realidad- el éxito que no esperaban de la convocatoria de lucha. Resultan elocuentes las palabras del patrón de los patronos, Rosell, cuando anoche repetía sin cesar “hay que pasar página, hay que olvidar la huelga general”. Y no deja de ser esperpéntico e incluso chistoso si no fuera porque se hace con dinero público, el que la periodista de cabecera de los informativos de Telemadrid –que durante 24 horas no pudo emitir y solo presentaba una especie de carta de ajuste con foto fija del edificio de la emisora- comenzara en la madrugada del día 30 su reportaje antihuelga diciendo textualmente: “La huelga ha sido un fracaso, la normalidad ha reinado en las empresas”. Esta vez la batalla post huelga por descalificarla, la perdió la derecha de antemano. Somos demasiados los testigos directos de lo ocurrido.
Cambio de marcha
La reforma laboral nació fuerte en las urnas de las pasadas elecciones legislativas que dieron la mayoría absoluta al PP, se debilitó en las recientes elecciones autonómicas andaluzas y asturianas y se deslegitimó ayer día 29 a los ojos de la mayoría social en las empresas y en las calles de todo el país.
De nada han servido las amenazas de centenares de empresarios que han chantajeado a sus empleados con la amenaza del despido si secundaban la huelga. Más del 70% de las y los asalariados han parado. De los que no han podido hacerlo atenazados por el miedo y la precariedad, una gran mayoría han mostrado su apoyo a la huelga. Y, por primera vez en muchos años, se han sumado al movimiento importantes contingentes de los 5 millones de desempleados y desempleadas que no pueden ejercer la huelga porque ni siquiera tienen puesto de trabajo y que han hecho causa común en las calles con quienes todavía tienen empleo.
De nada han valido los trucos patronales y de la administración sobre los servicios mínimos, en muchos casos decretados y abusivos y en los que se han confeccionado las listas con el objetivo de colocar obligatoriamente en los mismos a conocidos activistas sindicales. La huelga paralizó la normalidad en el transporte, en gran parte de la enseñanza y en muchos centros de salud. Como tampoco el gran despliegue policial que ha sembrado las calles de maderos de azul, lecheras ululantes y matones de paisano en un intento vano de atemorizar mediante el arbitrario corte de calles y polígonos y el acoso a viandantes, particularmente jóvenes.
En primer lugar porque alumbra y posibilita un cambio de rumbo en el movimiento social. La huelga de más de 10 millones de trabajadores y trabajadoras y las manifestaciones en más de 100 ciudades del estado español, que han reunido más de un millón y medio de personas, supone una inflexión en la tendencia depresiva del movimiento obrero. Durante los últimos años la clase obrera no lograba poner en pie medidas de resistencia frente a los avances neoliberales iniciados con Zapatero y consagrados por Rajoy. Ayer se puso en pie y dijo basta.
En segundo lugar porque las gentes de abajo han vivido la jornada de lucha como un éxito. Esta percepción es un dato político de primer orden. Y actúa con independencia de los mensajes descalificadores de la huelga y de las mentiras sobre su seguimiento lanzados desde el gobierno y los medios de comunicación de la derecha. Este factor subjetivo, la sensación de fuerza, es de gran importancia para el futuro del movimiento. Decenas de miles de activistas sociales y sindicales han vivido el día 29 de marzo como la fecha en la que de nuevo se compartía unidad en el piquete, en la calle y en el ánimo. Unidad para luchar.
El tercer indicador de éxito ha sido el despertar y la activa participación de millares de estudiantes en las protestas. Jóvenes que han venido a sumarse a los “veteranos” activistas del 15 M, la generación de las y los parados y precarios de entre 25 y 35 años, que, por su parte y con diferentes formas de acción y de relación con el movimiento obrero y, en concreto, con las centrales sindicales mayoritarias, han supuesto un elemento de revitalización de los piquetes informativos.
En cuarto y último lugar porque el propio gobierno y la organización patronal CEOE han reconocido -pese a sus desmentidos de la evidencia y sus negaciones de la realidad- el éxito que no esperaban de la convocatoria de lucha. Resultan elocuentes las palabras del patrón de los patronos, Rosell, cuando anoche repetía sin cesar “hay que pasar página, hay que olvidar la huelga general”. Y no deja de ser esperpéntico e incluso chistoso si no fuera porque se hace con dinero público, el que la periodista de cabecera de los informativos de Telemadrid –que durante 24 horas no pudo emitir y solo presentaba una especie de carta de ajuste con foto fija del edificio de la emisora- comenzara en la madrugada del día 30 su reportaje antihuelga diciendo textualmente: “La huelga ha sido un fracaso, la normalidad ha reinado en las empresas”. Esta vez la batalla post huelga por descalificarla, la perdió la derecha de antemano. Somos demasiados los testigos directos de lo ocurrido.
Cambio de marcha
La reforma laboral nació fuerte en las urnas de las pasadas elecciones legislativas que dieron la mayoría absoluta al PP, se debilitó en las recientes elecciones autonómicas andaluzas y asturianas y se deslegitimó ayer día 29 a los ojos de la mayoría social en las empresas y en las calles de todo el país.
De nada han servido las amenazas de centenares de empresarios que han chantajeado a sus empleados con la amenaza del despido si secundaban la huelga. Más del 70% de las y los asalariados han parado. De los que no han podido hacerlo atenazados por el miedo y la precariedad, una gran mayoría han mostrado su apoyo a la huelga. Y, por primera vez en muchos años, se han sumado al movimiento importantes contingentes de los 5 millones de desempleados y desempleadas que no pueden ejercer la huelga porque ni siquiera tienen puesto de trabajo y que han hecho causa común en las calles con quienes todavía tienen empleo.
De nada han valido los trucos patronales y de la administración sobre los servicios mínimos, en muchos casos decretados y abusivos y en los que se han confeccionado las listas con el objetivo de colocar obligatoriamente en los mismos a conocidos activistas sindicales. La huelga paralizó la normalidad en el transporte, en gran parte de la enseñanza y en muchos centros de salud. Como tampoco el gran despliegue policial que ha sembrado las calles de maderos de azul, lecheras ululantes y matones de paisano en un intento vano de atemorizar mediante el arbitrario corte de calles y polígonos y el acoso a viandantes, particularmente jóvenes.
Hemos vivido un episodio de lucha de clases en estado puro. Cada “actor” social se ha situado en la confrontación siguiendo un guión ya conocido. Los partidarios de la desregulación financiera, económica y laboral firmes defensores de la no intervención pública y de la autorregulación empresarial, de pronto se han convertido en aguerridos defensores de la necesidad de regular la huelga y la libertad de información sindical, así como de la contundente intervención de las fuerzas de orden público. Eso son los liberales de hoy. Eso son los dictados de los mercados.
No ha sido una huelga general ciudadana como lo fue el 14 D de 2008. Los 3 millones de pequeños empresarios y trabajadores autónomos no la han secundado. Ha sido más una huelga de la industria que de los servicios. Ha sido más contundente en la cornisa cantábrica que en otros lugares. Todo ello es cierto, pero a diferencia de la huelga de 2010 contra el gobierno de Zapatero, esta ha contado con el aliento mayoritario del pueblo trabajador, sus aspiraciones han aparecido cargadas de razón y legitimidad a los ojos de la mayoría social. Y ha atravesado a todos los sectores económicos y en todos los territorios de norte a sur.
Fue un acierto de las centrales sindicales mayoritarias que convocaran la huelga en todo el país coincidiendo con la convocatoria unilateral anticipada de los sindicatos CIGA en Galicia, LAB y ELA en Euskadi, el día 29, el día de antes del nuevo golpe parlamentario al gasto social que se perpetra en los presupuestos. Ello permitió que la rotundidad de la huelga en las nacionalidades fuera de una contundencia aún mayor.
El futuro inmediato
Ahora se abren nuevas incógnitas y retos para el movimiento social. La primera cuestión a resolver es qué demandamos al gobierno. Hay dos posibilidades: la retirada incondicional y completa del anteproyecto o bien persistir en la equivocada y estéril línea de “reformar la reforma” mediante la inclusión de algunos aspectos del non nato AENC (Acuerdo por el Empleo y la Negociación Colectiva) II que ya han olvidado hasta quienes recientemente lo firmaron y que es un gran desconocido para los centenares de miles de activistas que ayer ganaron la batalla de las plazas.
La segunda cuestión es cómo continuar la lucha. El gobierno de Rajoy- Merckel- Sarkozy no va a ceder. Habrá que doblegarlo. Lo de ayer es un primer paso, pero la movilización debe ser continuada hasta convertirla en una presión insoportable para el PP y la CEOE. Ello implica una cargada agenda de cuestiones a resolver: formas de lucha sectorial y regional, construcción de nuevas formas de organización participativa para las y los trabajadores en el seno de los grandes sindicatos y en las propias empresas, alianzas entre el movimiento obrero y las organizaciones sociales, cambio de orientación política y alternativas económicas de las direcciones sindicales, establecimiento de puentes entre la cultura 15-M (y en general del mundo alternativo) y la cultura del grueso del movimiento obrero, desectarización de todas las partes, identificación y reconocimiento de los diferentes sectores que configuran el propio movimiento sindical. Nos jugamos demasiado como para seguir ignorando que todos y todas somos necesarios. Imprescindibles.
Manuel Garí es miembro de la Redacción de VIENTO SUR
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