Por la recuperación de la soberanía económica, monetaria y ciudadana.
La dramática
 situación social y económica en la que está hundida nuestra sociedad 
exige una política capaz de crear las condiciones para salir de la 
crisis. Es una necesidad urgente. El tiempo se ha convertido en un dato 
primordial por los riesgos de agravamiento y degradación que existen, 
por el enorme sufrimiento social que provoca la persistencia de las 
políticas de ajuste, austeridad y privatización de lo público.
La red en la que estamos 
atrapados  está conformada por un nivel de paro catastrófico, por un 
endeudamiento del país frente al exterior imposible de afrontar y por 
una evolución de las cuentas públicas que conducen a la quiebra 
económica del Estado. Más de 6 millones de parados, más de 2,3 billones 
de euros de pasivos brutos frente al exterior, y una deuda pública de 
casi un billón de euros, creciente y próxima al 100% del PIB,  son datos
 que definen un desastre inmanejable, ponen en peligro la convivencia y 
derruyen derechos sociales fundamentales.
Una crisis de esta envergadura tiene causas complejas y múltiples, 
desde la crisis  general del capitalismo financiero hasta el despilfarro
 y la corrupción propios, pasando por un sistema fiscal tan regresivo 
como injustamente aplicado, pero aun a  riesgo de simplificar el 
análisis para desentrañar  las soluciones, hay que atribuir a la 
incorporación de nuestro país a la moneda única la principal razón de 
esta desoladora situación.
Como ahora se reconoce, no había condiciones  para implantar una 
moneda única  entre países tan desiguales económicamente sin ir 
acompañada de una fiscalidad común. Su creación implicaba, por otra 
parte,  un marco propicio para implantar políticas regresivas y 
antisociales de todo tipo según la doctrina neoliberal, que ha tenido 
en  la construcción de la Europa de Maastricht su máxima expresión. 
 Como se calibró en su momento, el Estado del bienestar no es compatible
 con la Europa de  Maastricht.
Con la incorporación al euro, nuestro país perdió un instrumento 
esencial para competir y mantener un equilibrio razonable de los 
intercambios económicos con el exterior, como era el control y manejo 
del  tipo de cambio con respecto al resto de las monedas. Por otra 
parte, hubo una cesión de la soberanía al BCE en cuanto a la creación de
 liquidez y aplicación de la política monetaria, una institución 
dominada desde los orígenes por los intereses del capitalismo alemán.
Como no podía ser de otro modo, el retraso y la debilidad de la 
economía española frente a  otros países y la rigidez absoluta impuesta 
por el euro llevaron a lo largo de la década del  2000 a un déficit de 
la balanza de pagos por cuenta corriente abrumador. Se registraron unos 
desequilibrios insostenibles, como también les ocurrió a otros países 
como Grecia y Portugal, apresados en la misma trampa. En los 14 años 
transcurridos desde la creación del euro en 1999 hasta el final del 
2012, el déficit exterior acumulado fue de casi 700 mil millones de 
euros, que hubo de financiarse endeudándose con el exterior.  Las 
entidades crediticias y las empresas españolas demandaron más de otro 
billón de euros de recursos para sus planes de inversiones en el 
exterior, principalmente en América Latina.
Hasta el año 2008, en que se desató la crisis financiera 
internacional,  por las facilidades extraordinarias de financiación, el 
país vivió un sueño, como drogado, alimentando la burbuja inmobiliaria y
 ajeno a los problemas que se habían gestado. En ese año, todo cambió 
radicalmente, los mercados financieros se cerraron, por los canales no 
fluía la liquidez y la situación de cada deudor pasó a examinarse con 
rigor. Con el  cambio abrupto en la posición deudora de nuestra economía
 frente al exterior, los pasivos brutos pasaron de 540 mil millones al 
final de 1998 a 2,2 billones en 2008, el país entró en quiebra y 
sobrevino una profunda recesión que a todos los efectos sigue vigente.
El sector público se resintió profundamente desde entonces, 
incurriendo en un déficit desorbitado por la caída drástica de los 
ingresos, reforzada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. El 
Estado, sobre el que acaban descargando todas las tensiones de las 
administraciones públicas, ha necesitado  de centenares de millones de 
euros, obtenidos con la emisión de deuda pública en los mercados 
interior y exterior, ante la imposibilidad de la financiación directa 
por la autoridad monetaria.  Al final de 2007,  la deuda en circulación 
del Estado era de 307.000 millones de euros, el 37% del PIB. Al  final 
de 2012 había subido a 688,000  millones,  el 65% del PIB, y sigue 
aumentando como corresponde a la evolución deficitaria de las cuentas 
públicas.
Desde que se admitió la crisis, la política económica ha tenido unos 
rasgos básicos inamovibles. La pérdida de competitividad de la economía 
española ha servido de excusa para aplicar a rajatabla las recetas 
neoliberales y se ha tratado de compensar con el llamado “ajuste 
interno”, un proceso dirigido a disminuir los salarios y facilitar los 
despidos para abaratar los precios de las mercancías y servicios 
españoles, desde el momento en que la vía natural e histórica de la 
devaluación de la moneda está cegada por el euro. Ajustes, 
contrarreformas laborales y recortes continuos jalonan la política de 
los últimos años. Por otra parte, la mal denominada austeridad se ha 
impuesto brutalmente en la política fiscal, como exigencia de los 
poderes económicos, haciéndose de la lucha contra el déficit publico el 
talismán engañoso  de la solución a la crisis.
Esta política ha producido un retroceso social muy doloroso, ha 
impulsado inconteniblemente el crecimiento del paro y, lo que es 
fundamental, es inútil. El país se desliza sin freno y  se despeña hacia
 una fosa profunda. Los determinantes de la crisis siguen intactos 
cuando no degradados. Los pasivos  exteriores no pueden disminuir sin 
que se registre un excedente de la balanza de pagos, cosa prácticamente 
inalcanzable para una economía bastante derruida y de escasa  
competitividad,  y la pesada carga de deuda pública no dejará de crecer 
hasta que se diluya el déficit público, algo que el propio gobierno no 
alcanza a vislumbrar. La desconfianza es general.
La sociedad en una encrucijada.
¿Cómo superar el desastre? La alternativa a la crisis que defiende la
 Troika y abiertamente el PP pasa por profundizar  en los ajustes,  en 
la  austeridad y en la destrucción de lo público. La economía española, 
como ya le ha ocurrido a Grecia o Portugal, cae por el precipicio y se 
desfondará en el abismo,  con unas consecuencias sociales dramáticas y 
riesgos políticos de todo signo.
El PSOE, copartícipe activo en el actual diseño económico y social, 
finge ahora un desacuerdo con el PP y critica su  política suicida, pero
 sigue amarrado al criterio de que el euro es irreversible.
Las direcciones de los sindicatos mayoritarios, una vez contrastado 
el error de cálculo cometido con el  sí crítico a Maastricht, denuncian 
ahora el actual estado de cosas, pero no están en condiciones de 
proponer medidas anticrisis realmente efectivas ya que no cuestionan con
 coherencia la Europa construida.
Otras fuerzas, organizaciones y autores de la izquierda critican  la 
Europa actual y proponen cambios bastante utópicos y proyectos sin 
fundamento, dado el carácter irreformable de la Europa surgida, sobre 
todo después de la ampliación de la zona euro al Este. A las carencias 
originales de la moneda única se añade el peso que ha cobrado Alemania 
como país hegemónico y la realidad de una descomposición de Europa, 
aprisionados algunos países en deudas impagables. La imprescindible y 
urgente necesidad de romper con las ataduras de los Tratados europeos no
 puede paralizarse ni ocultarse tras propuestas de proyectos de otra 
naturaleza. Por deseable que sea otra Europa, es ahora inviable, 
requiere de bases en que sustentarse bien distintas y de la soberanía 
perdida de cada Estado.
El fracaso del proyecto de construcción  de Europa es inocultable, 
con independencia de que no sea posible determinar cuándo y cómo se 
desbaratará la insostenible situación existente.
A los firmantes de este manifiesto  nos parece claro que la Europa de
 Maastricht no podrá sobrevivir con su actual configuración, tras  los 
desastres y sufrimientos que ha causado, además de vaciar de contenido 
la democracia y sustraer la soberanía popular.
También afirmamos que nuestro país no puede salir de la crisis en el 
marco del euro. Sin moneda propia y sin autonomía monetaria es imposible
 hacer frente al drama social y económico, tanto más cuanto que la 
política fiscal también ha quedado anulada con el Pacto de Estabilidad, 
alevosamente constitucionalizado.
Es precisa una moneda propia para competir y una política monetaria 
soberana para suministrar liquidez al sistema y estimular una demanda 
razonable. Y esto como primera condición ineludible, pero en modo alguno
 suficiente, para poder desarrollar una política avanzada de control 
público de los sectores estratégicos de la economía, entre ellos la 
nacionalización de la banca, de reconstrucción del tejido industrial y 
agrícola, de defensa  y potenciación de  los servicios públicos 
fundamentales con un poderoso y progresivo  sistema fiscal, de 
amortiguación de las desigualdades y distribución de la riqueza, del 
reparto del trabajo para combatir el paro, de  derogar las 
contrarreformas laborales y de las pensiones, de respeto en serio al 
medio ambiente, etc., y de  abordar un proceso constituyente que permita
 recuperar y profundizar la democracia. Por todo ello hay que 
despreocuparse transitoriamente del déficit público, olvidarse de hacer 
propuestas imposibles al BCE y dejar de añorar a la  Reserva Federal o 
el Banco de Inglaterra cuando se puede disponer del Banco de España como
  institución equivalente.
El montante de la deuda externa es impagable. Su mayor parte es deuda
 del sector privado, y corresponde a sus agentes resolver los problemas 
que se presenten, incluido el sector financiero,  muy comprometido. Por 
ello rechazamos toda operación de “rescate” de nuestro país y por la 
misma razón consideramos como deuda completamente ilegitima la contraída
 por el Estado para proporcionar fondos de salvamento a las entidades 
crediticias que no hayan sido nacionalizadas.
Con respecto a la deuda pública, el Estado debe realizar una profunda
 reestructuración de la misma (quita, moratoria, conversión en moneda 
nacional) que alivie la presión abrumadora que soportan las cuentas 
públicas. En otro caso, puede darse como irremediable la quiebra del 
Sector público.
No se nos escapan los problemas y complejidades de los pasos que 
proponemos, entre otros limitar la libre circulación de capitales. 
Tampoco nuestro análisis nos impide colaborar en acciones, propuestas y 
movilizaciones con aquella parte de la ciudadanía y sus organizaciones 
que, bajo el efecto del bombardeo mediático al que somos sometidos o por
 otros motivos, aún no comparte nuestra opción ante la  encrucijada en 
que estamos y la necesidad de romper el nudo gordiano del euro. Sin 
embargo,  ante el desastre que nos envuelve y ante las causas profundas 
que lo promueven y agudizan,  no podemos mantenernos mudos ni evasivos. 
 A nuestro entender, hoy la sociedad española, que ya ha entrado en una 
agonía prolongada y sin esperanza, no dispone de otra  elección que 
salir del euro para impedir el hundimiento definitivo del país.
Recuperar la soberanía económica perdida, hacer efectiva la soberanía
 popular, requiere desprenderse de los dogales que nos paralizan, 
encarar la cruda realidad y dotarse de los medios para trazar un 
proyecto de supervivencia que, con todas sus dificultades, puede 
representar también una gran oportunidad para  crear una sociedad 
soberana, próspera, justa, solidaria, democrática, ecológicamente 
responsable  y libre.
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