MÉRIDA
El paro sacude a Bellavista
Varios vecinos de la zona cuentan cómo pasan los días sin trabajar
19.02.12 - 00:23 -
Ismael Cabezas tiene 36 años. Vivía en la barriada de la Paz hasta que demolieron su casa. Fue en ese momento cuando se trasladó a vivir a Bellavista. Tiene cuatro hijos, la mayor tiene 8 años, el siguiente tiene 3, otra niña año y medio y un bebé con seis meses.
Cobra la ayuda familiar de 426 euros y con eso dice que da de comer a su familia y paga la luz, el agua, el gas... Confiesa que, si hace falta, él se queda sin comer para que a sus pequeños no les falten los biberones. Su mujer no cobra nada,
14 años de encofrador y ahora lleva en paro ya dos años y medio. Echa currículums por todos lados pero no le llaman de ningún sitio, de ninguna obra.
Todos los días lleva a su hija mayor al colegio, echa un rato con sus amigos, que están en su misma situación. Se va a casa, ayuda a su mujer a vestir a los niños, a cambiarles el pañal, los saca a pasear... «A vivir el día a día como se puede».
Aún así, tiene la esperanza de encontrar empleo, por eso hace pocos días echó el último currículum para trabajar de peón de topógrafo.
Antonio Salazar. 46 años. También vivía en La Paz y cuando la derrumbaron se fue a vivir a Bellavista. Cobra la paga de 420 euros para parados mayores de 45 años y dice que estira el dinero «como un chicle».
Tiene mucha experiencia en el mundo de la hostelería, pues ha trabajado en hoteles de Barcelona, aunque también dice que podría pintar, arreglar jardines. Vamos, trabajar en cualquier cosa.
No está casado, pero vive en pareja con una mujer a la que su anterior pareja maltrataba y dejó abandonada. Los dos cuidan de los cinco hijos de ella.
Dice que en los años que lleva en el barrio nunca había visto tan mala la situación como está ahora, «sin empleo ni esperanzas de encontrarlo». Las garnachas le salvaban el tipo hace meses, pero ya no le llaman ni para eso.
José Diego Salazar tiene 40 años y es hermano de Antonio y de otros dos hombres que pasan las mañanas en Bellavista, aunque él vive en El Prado.
Tanto él como su mujer están en paro. Ella estaba en un restaurante trabajando pero la despidieron. Él ha trabajado de pintor, de camarero... Los dos cobran algo de dinero, que es con lo que mantienen a sus dos hijos, de 10 y de 7 años.
Dice que las veces que va a buscar empleo, le dicen que ahora no es buen momento para trabajar, que regrese más adelante, pero él no confía en esa promesa.
Juan Carlos Sobrino. 44 años. Vive en San Antonio pero se reúne con sus amigos en Bellavista.
Hace dos años y medio que se quedó en paro. Estaba en Palma de Mallorca de albañil, pero cuando comenzó la crisis perdió su empleo. Por eso tuvo que regresar a su tierra.
Dice que tan sólo le quedan 27 días para que le corresponda algo de paro pero no es capaz de conseguir trabajo «ni pagando».
Come en casa de su hermana y va a ver a su padre que es pensionista, le falta una pierna y tan sólo cobra 400 euros, pero que también le ayuda con algo. De eso vive.
Luis Guerra. 43 años. Vive en una casa abandonada en la carretera de Alange junto a un amigo, Alfredo. Si gana algo de dinero lo hace aparcando coches en el centro comercial La Heredad. Cuando no tiene nada, come de lo que encuentra en los contenedores de un restaurante de comida rápida de la zona. «De lo que tira la gente como yo y no me corto. Lo que no quiero es pasar hambre». Desde que salió de la cárcel en 2007 vive en esta situación.
Dice que tiene tal sensación de frustración que muchas veces le entran ganas de reunirse con personas que están como él en San Lázaro, San Juan, Las Sindicales, «y liarla como otros han hecho en Londres y en Grecia».
Pide una vivienda digna y ver a sus hijos en carne y hueso. «Ahora sólo los veo a través de Internet». Tiene dos en León y una hija que está en Brasil «algo que no me cuadra, pero si ella está bien.».
Dice que también necesita un empleo y que siempre ha trabajado en el campo. Para muestra, el estado de sus manos. Se cayó hace unos seis meses en un foso de la calle y se destrozó una pierna clavándose un hierro. La tiene en muy malas condiciones.
Este es el panorama que, un día sí y otro también, se encuentra cualquier personas si va a determinados lugares de Bellavista, una zona de Mérida en la que actualmente viven unas 5.000 personas y que, según dicen algunos de los que están allí, cada día está más degradada.
El paro, la marginalidad y la exclusión social se ha asentado en esta barriada, lacras contra las que intenta luchar el Ayuntamiento con el Plan Urban, una herramienta que aspira a conseguir la regeneración social, económica y cultural de la zona oeste de la ciudad. Cada uno tendrá que poner de su parte para conseguirlo.
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