LA EXPLOSIÓN
De entre toda la palabrería
de autoconsumo pseudorrevolucionario,
me molesta, sobre todo,
cuando me dicen que soy una subjetividad.
No sé qué cojones de pasividad
hay en ese término,
no lo entiendo,
prefiero ser una intensidad,
una pasión,
un goce que estalla
o que podría estallar,
volver a comenzar,
dejar la resistencia pasiva,
el exilio interior,
la supervivencia…
podría volver a comenzar lo inaudito,
lo excepcional,
lo que nunca ocurrió podría llegar
en el ahora
cuando la sociedad
no es más que un argumento
con que justifican sus desmanes
los que dicen representarla,
en el ahora
cuando el movimiento obrero
no es más que un instrumento del Estado
para la desactivación de los trabajadores,
ahora
que la violencia estatal
se ha vuelto preventiva,
ahora
que la magistratura y la policía
hablan del derecho de injerencia
y los médicos de psiquiatrización
y medicamentosis social.
Nuestro tiempo es el ahora:
estallar
aquí
ahora
en donde estamos,
en el nombre de un vivir
que no tiene nombre
sino común presencia
de su cumplimiento,
aquí,
ahora,
cuando somos presencia,
desde abajo,
en lo local de esta globalización acabada,
estallar
anónimos, cualquieras, indistintos,
estallar en archipiélagos, constelaciones, colectivos,
cuerpos y cuerpos en acelerada e invisible circulación
de afectos conspirativos,
de ternura crítica que celebra
la huelga humana,
el fin del trabajo alienado,
el fin de las víctimas,
el fin de la guerra que nos hace
el Capital.
Vamos, volar no es imposible,
aquí,
ahora
estalla.
Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del Sol. Madrid, 2011.
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