Nuestro compañero Juan Pedro Viñuela presentó en Villafranca su libro "Pensamientos contra el poder". Transcribimos a continuación el texto de la presentación donde reflexiona sobre la democracia actual, caracterizándola como una partitocracia oligárquica: "El capitalismo es incompatible con la democracia".
El poder fascina y el poder sojuzga. Los hay que ansían el poder, y los hay que quieren dejarse llevar por el poder. Y éste es el problema, porque esto implica que el poder no lo puede tener todo el mundo. Que lo democracia es un invento de la humanidad que intenta trascender su propia naturaleza. Pero yo parto aquí de una concepción naturalista y nihilista de la naturaleza humana. No tan nihilista como para perder la esperanza en que podemos construir un mundo mejor; pero, con lo que tenemos delante, con lo que hemos hecho a lo largo de la historia, la cosa no es para tirar cohetes. El hombre es un primate, un ser tribal. Y su comportamiento viene regido por la jerarquía y es en este sentido en el que podemos explicar el hecho de que el poder es de unos pocos, que hay una jerarquía y, por tanto, una lucha por el poder. Y que hay una complacencia en ser dominado, en llevar una vida cómoda y tranquila y dejar el poder en manos del poderoso. Es decir, en abandonarnos a una servidumbre voluntaria. Creo que esta tesis naturalista explica el fracaso de la democracia. El poder nunca puede residir en el pueblo, como decía García Calvo hace poco en la plaza de Sol. La democracia es una contradicción. El poder no puede residir en el pueblo, porque el poder está siempre frente al pueblo. El poder es cosa de unos pocos que para ostentarlo avasallan al pueblo. Pero el problema es que es la propia naturaleza humana la que permite esto. Y cuando hablo de naturaleza humana me refiero a la estrictamente biológica. Por su puesto, ya sé que el hombre no se reduce a biología, pero sí que es cierto que la biología determina sus características emergentes, lo que llamamos nuestra cultura. Y es desde esta tesis naturalista y nihilista desde la que quiero aportar un poco de luz sobre la naturaleza del poder y el fracaso actual de la democracia. La tesis que voy a mantener es que no vivimos en democracias, sino en partitocracias oligárquicas. Dicho más llanamente, que el poder reside en la alianza entre los partidos y el capital o el sistema capitalista o, el capitalismo de toda la vida. La democracia es un intento de trascender nuestra naturaleza, un ideal político y ético, pero, en la actualidad, es una farsa, un sistema autoritario que se está convirtiendo en un totalitarismo que mata. Una forma de fascismo. Es una farsa porque es un engaño consciente, no hay ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad, ni división de poderes, ni nada de lo que nos dice la democracia. La democracia, actualmente, es opio para el pueblo. Pero no la idea de democracia, ni su teoría, sino la praxis de la democracia que no es más que un partidismo político y una oligarquía. Sostengo que la base de este fracaso es nuestra propia naturaleza tribal y jerárquica. Pero, sostengo, también, que no tiene que ser un fracaso definitivo. Que la democracia tiene que servir como guía ético-política de la praxis política. Y cuando hablo aquí de praxis política, no me refiero sólo a los políticos profesionales sino a los ciudadanos.
Pero empecemos desde el principio. Tanto la política, como la razón, como el concepto de ciudadanía; todo ello estrechamente ligado, lo inventaron los griegos hace veinticinco siglos. Los griegos fueron los descubridores de la democracia en tanto que isonomía e isegoria. Pero no hay democracia sin filosofía. Los griegos descubren el concepto de democracia porque han descubierto el logos, la razón, lo común. Es decir, porque han descubierto la filosofía. La razón es lo que nos une, lo que es común. Pero en tanto que es común no pertenece a nadie. Nadie es poseedor de la razón, la razón nos posee a todos. Es lo que nos ocurre en un problema de matemáticas o de lógica. Es la razón la que habla por nosotros. La razón es desinteresada. Y precisamente ése fue el origen de la filosofía, el descubrimiento de que el logos es lo común, que la razón nos une, la episteme es universal, la opinión es particular. En la resolución de un problema de matemáticas o lógica no caben las opiniones. La razón habla por nosotros. Pues el descubrimiento de la democracia; el descubrimiento de la política, en realidad, consiste precisamente en llevar esto al ámbito de la ciudad. El descubrimiento de la democracia y del concepto de política es el hecho de reconocer que las leyes son fruto del dialogo racional y que rigen la polis y que están por encima de nosotros. Las leyes no pueden ser interesadas. Son para todos iguales. Las leyes, fruto del diálogo, ocupan el centro de la polis, rigen la política. Y la política no es el asunto de los políticos profesionales, que decimos ahora, sino del ciudadano. Político en griego es el habitante de la polis. Y, por eso, las leyes unifican a todo el mundo. Y, por eso, si comparamos nuestra democracia, con lo que significó en los orígenes, nos damos cuenta de que lo nuestro es otra cosa, lo podemos llamar como sea, partitocracia oligárquica, hemos dicho aquí, pero no es democracia. Porque la democracia griega significa dos cosas esenciales e importantes: la isonomía, que es la igualdad ante la ley y la isegoría, que es la libertad de pensamiento o, mejor, libertad política. Si intentamos vislumbrar esto en nuestras democracias no lo hallaremos por ninguna parte. Ni hay igualdad ante la ley, ni hay libertad de pensamiento ni política. Esto casi no hace falta explicarlo, pero siempre habrá un político demagogo, como todo político profesional, que vive del engaño al ciudadano para convertirlo en siervo que lo dude. La ley no es la misma para todos puesto que, para empezar no hay independencia de los poderes que es una garantía de la igualdad ante la ley y porque la ley la hacen los políticos. Y los partidos miran por sus intereses, no por el de los ciudadanos. Los partidos son mecanismos de poder, no de impartir justicia. Cuando un partido llega al poder lo que intenta es absorber el máximo poder y eso nos lleva a una tremenda desigualdad. Pero, en las democracias en las que vivimos, el “ciudadano” vota y se recluye en su mundo privado, pensando que goza de libertad política, cuando lo más que tiene es libertad de expresión, y no mucha, porque los medios de comunicación son el altavoz del pensamiento del poder; y los que no tenemos poder, que somos los ciudadanos, pues no tenemos forma de llegar a los otros a la gran mayoría. Por eso tampoco existe isegoría. Ello quiere decir que no hay libertad de pensamiento y, más aún, no hay libertad política. Y tanto la libertad de pensamiento como la libertad política van unidas. Nuestras democracias, al no ser tales, sino partidocracias, lo que hacen es absorber la libertad política. En nuestras sociedades de las llamadas democracias liberales, mejor neoliberales, la política viene dirigida por los partidos políticos, no por los ciudadanos. Y esto partidos políticos intentan acaparar todos los poderes, pero además, como nuestras democracias son capitalistas, lo cual es una contradicción, como veremos, los partidos están al servicio del mercado y no de los ciudadanos. Los partidos no son representantes de la ciudadanía, sino de sí mismos y del poder económico que en las sociedades capitalista lo absorbe todo. Bueno, pues por eso, no hay isegoría, ni libertad política, ni libertad de pensamiento. Y hay dos razones para explicar esto. En primer lugar las llamadas, por decirlo de algún modo, democracias neoliberales, tienen un único pensamiento que es el de las sociedades capitalistas, es decir, el mercado. Si el mercado es la razón, la razón ya no es lo común. Sólo interesa aquello que tiene un valor en el mercado o, peor aún, todo se convierte en mercancía, incluido el hombre. Por eso el capitalismo es incompatible con la democracia, porque instrumentaliza al hombre, elimina su libertad. Por otro lado, esto implica que sólo hay un pensamiento al que se le han considerado el verdadero, por tanto, no hay libertad de pensamiento, porque no hay qué pensar, no hay alternativas. Se nos intenta convencer por todos los medios de que ésta es la única forma de sociedad posible, que no existen alternativas, ni pensadas ni, mucho menos reales. Se nos engaña con el mito del progreso. Y se nos dice que ésta es la única manera de progresar. Un invento que hunde sus raíces en el mito cristiano y también en nuestra propia naturaleza porque realmente creemos en el progreso porque necesitamos autoengañarnos. Y, por otro lado, nos quedamos sin libertad política porque los partidos, que en teoría son los representantes de la política, las diversas opciones políticas de los ciudadanos, no representan a los ciudadanos, sino a sí mismos, pero es que, además, lo que sucede es que lo que representan es lo mismo, el mismo modelo neoliberal de eso que llaman democracia, cuando lo que es en realidad, cuanto menos, es un autoritarismo, porque elimina la libertad, sino un totalitarismo porque en su desarrollo produce, miseria, dolor, sufrimiento y muerte, y lo que nos espera con este prolegómeno de crisis Terminal que padecemos.
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