30 de abril de 2012

LA RENTA BÁSICA. UN CAMINO PARA ENCONTRAR EL FUTURO


 




Miguel Manzanera Salavert

 El artículo que reproducimos a continuación será publicado en el monográfico "Cuadernos de Renta Básica" dedicado a la ILP de Extremadura.

Puede parecer paradójica la propuesta de una Renta Básica de carácter universal como derecho de ciudadanía, en este momento de depresión económica, cuando se recortan todo tipo de derechos económicos, políticos y sociales.  Pero precisamente por causa de la crisis capitalista, algunos pensamos que éste es el mejor momento para hacerlo.  Por varios motivos.  Los primeros de carácter solidario, presentan la exigencia de que todo ser humano tenga los recursos suficientes para desarrollar su vida en plenitud. En un momento en que grandes capas de la población española y europea se hunden en la miseria, se hace necesario remediar la situación de los más pobres.  Se deben resolver las situaciones desesperadas por razones humanitarias, pero sobre todo para evitar conflictos sociales y catástrofes mayores: es de sobra conocido que sólo una sociedad justa y solidaria puede vivir reconciliada y en paz.  La actual deriva capitalista puede conducirnos a catástrofes similares a las que acontecieron en la primera mitad del siglo XX. 

  La segunda clase de razones son de índole económica, y contemplan la Renta Básica como un instrumento para el desarrollo social, superando las estructuras económicas del capitalismo.  Voy a centrarme en estos últimos, fundándome en la crítica marxista.  La actual crisis económica, que era previsible desde los parámetros del materialismo científico, muestra las debilidades del sistema de mercado y sólo se resolverá aboliendo el liberalismo económico.  Sin embargo, podemos afirmar que la civilización capitalista he entrado en una fase terminal por causa de la crisis ecológica, que podemos vislumbrar para el siglo XXI; ésta pone la superación del capitalismo sobre el horizonte histórico de la humanidad actual.  Es dentro de ese contexto que debemos pensar la Renta Básica en sus efectos sobre el orden social y el desarrollo histórico.

  ¿Qué papel jugará la Renta Básica y cómo puede aplicarse para superar el sistema de la explotación del trabajo y la tierra, avanzando hacia la emancipación humana?  Una objeción típica a la Renta Básica es que sin estímulos para el consumo, los trabajadores no querrán trabajar.  Como consecuencia no se producirán bienes económicos y entraremos en una espiral de inflación y pobreza, generalizadas y cada vez mayores.  Subyace a este argumento una visión alienada del trabajo humano, pero incluso así tiene la ventaja de mostrarnos una estructura básica del modo de producción capitalista.  Como muestra Marx en su análisis de la economía política capitalista, los empresarios llevan a los trabajadores a las fábricas con el látigo del hambre.  Quiere decir esto que la carencia de recursos para sostener su vida, la absoluta desposesión a la que se ven sometidos los proletarios, constituye la más poderosa coerción para obligarles a ponerse a disposición de los empresarios, vendiendo su fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario.

 

  Imaginemos que no existe esa coerción.  ¿Qué instrumento podría utilizar el empresario –o una clase dominante equivalente- para explotar a los trabajadores?  ¿El más puro autoritarismo, la disciplina más férrea, el fascismo más atroz?  Bajo la dictadura franquista en España, donde el mercado de trabajo estaba severamente limitado porque los trabajadores tenían casi garantizado el puesto de trabajo de por vida, el control de la clase trabajadora se hacía mediante su encuadramiento en los sindicatos fascistas a través de una fuerte represión social, como bien se recordará.  Este ejemplo nos lleva a pensar que la propuesta de Renta Básica –que va más allá de la garantía del trabajo al prover de los bienes necesarios para la vida-, nos coloca frente a una disyuntiva histórica.  La superación del capitalismo, ¿nos llevará a un nuevo sistema de clases?  ¿Cómo podríamos garantizar la producción económica?  ¿Tendríamos que volver a una especie de esclavismo, donde el amo sostiene la vida del esclavo en propio interés?  ¿O bien se podría progresar más allá de la sociedad capitalista hacia un modo de producción fundado en la abolición de las clases sociales?

  Creemos que la Renta Básica debe constituir un mecanismo de desarrollo social hacia una economía alternativa en una sociedad más justa, tal vez la piedra angular de una economía socialista postcapitalista.  Pero, ¿bajo qué condiciones debe articularse para poder jugar ese papel revolucionario?  No se trata sólo de reivindicar la Renta Básica como un derecho fundamental de la ciudadanía, que garantice las necesidades básicas a todos los miembros de la sociedad, sino de ir más lejos, comprendiendo sus efectos sociales y previendo sus aplicaciones posibles e imposibles, deseables o bien indeseables.  Desde el marxismo concebimos la economía como una ciencia, capaz de servir a los objetivos de la emancipación humana.  De otro modo, queriendo implantar de buena fe una renta de estas características, podríamos acabar en un rotundo fracaso que nos hiciera retroceder hacia estadios más bárbaros todavía –y no sería la primera vez que pasase algo así.

 


  Propongo un breve análisis del papel económico que la Renta Básica habría de jugar en una sociedad socialista.  En primer lugar, señalar que el tipo de racionalidad instrumental propia del socialismo es inversa a la racionalidad capitalista.  El capitalismo se rige por el criterio de eficacia, la multiplicación de las mercancías en el constante crecimiento de la producción.  El incremento del PIB es condición indispensable del buen funcionamiento de la economía de mercado, y el sistema entra en recesión desde el momento mismo en que deja de crecer.  Pero cuando el desarrollo de la civilización industrial moderna está alcanzando los límites del planeta Tierra, se hace necesario transformar en profundidad el sistema económico si es que la humanidad debe sobrevivir en el futuro.[1]  
  En cambio, el socialismo deberá fundarse en la eficiencia, es decir, en el ahorro de los medios utilizados para conseguir el bienestar humano.  El modelo de ese futuro puede ser la República de Cuba, que ha sido capaz de alcanzar un importante desarrollo humano manteniendo la sostenibilidad de su economía.[2]  Por poner un ejemplo, mientras que un médico capitalista es un trabajador altamente cualificado, que tiene unas remuneraciones elevadas para gastarlas en llevar un alto nivel de vida consumiendo a tenor de sus rentas, el médico cubano realiza misiones médicas en todo el mundo por unos rendimientos salariales muy modestos, que son índice de un nivel de consumo muy austero.  Las utilidades producidas por el médico cubano son similares, o incluso mayores, a las producidas por el médico que ofrece sus servicios en el mercado; pero el coste es mucho menor. 
  Dejo de lado, momentáneamente, el problema de la libertad, que se plantea de modo diferente en ambos sistemas.  Antes debemos aclarar un concepto que se ha introducido en el texto: subrayo la palabra ‘utilidades’.  Proviene del liberalismo progresista del XIX, pero concuerda con los fundamentos marxistas del análisis económico. A mi juicio ese concepto debe orientar las investigaciones económicas para la superación del capitalismo; viene expuesto en la sección primera, volumen primero, de El Capital de Marx, titulada ‘Mercancía y Dinero’.  Se estudia aquí la distinción entre valor de uso y valor de cambio.  Mientras que la economía de mercado se basa en el valor de cambio, realizado a través del dinero y contabilizado por unidades monetarias, el análisis económico nos descubre el valor de uso como auténtico significado de la producción humana.  Buena parte de las anomalías que produce la economía capitalista, deriva de estar centrada exclusivamente en el factor mercado y el valor de cambio, ignorando que el dinero es un instrumento para el bienestar humano, no el objetivo de la producción. La producción económica es creación de valores de uso para la vida humana, pues queremos trabajar para vivir bien, y no para la valorización del capital. 

 
  En la contabilidad económica de la ciencia mercantil, el valor de uso desaparece en virtud del valor de cambio –del mismo modo, que el capital parece producir la riqueza sustituyendo al trabajo en el imaginario colectivo-. Los precios, como medida del valor económico de las mercancías, determinan los procesos económicos independientemente del valor de uso.  El dinero y sus flujos se convierten en agentes fundamentales de la producción, desvalorizando el trabajo humano y sus capacidades creadoras.  Con el fetichismo de la mercancía se nos aparece la riqueza como un fruto del dinero y el mercado, y no como el producto del trabajo humano o como disponibilidad de la naturaleza terrestre.  Pero la actual evidencia no muestra que el hiperdesarrollo de los mecanismos de intercambio en el mercado –dinero, capital financiero y comercial, instrumentos crediticios, etc.-, es responsable de habernos traído hasta esta situación insostenible. 
  El dinero no se come, no calienta, no abriga, no viste, etc., sólo sirve para adquirir los objetos que se comen, calientan, abrigan, visten, etc.  Por tanto una Renta Básica, que no es más que dinero, no resuelve los problemas de la vida cotidiana:  lo que la gente necesita para vivir está producido por el trabajo humano, o bien generado gratuitamente por la naturaleza, y lo que necesitamos es una organización justa de la producción y la distribución de los valores de uso; en caso contrario, los ciudadanos podrían encontrarse con una Renta Básica formulada en términos monetarios con la que no se podría comprar nada, porque no habría nadie para producir los valores de uso que se pueden adquirir con ella.

  Así que debemos profundizar más en estos conceptos para comprender qué tipo de Renta Básica podrá resolver el problema de alcanzar un nuevo modo de producción.  Como se ha señalado, una economía alternativa tendrá que fundarse en la producción de valores de uso.  Los teóricos de la Economía del Bienestar, que predominó en los países desarrollados durante los años centrales del siglo XX, recurrieron al concepto de ‘utilidad’ (de Bentham y Stuart Mill), explicando con éste la producción económica de la época, que combinaba la regulación económica del mercado con la intervención del Estado.  Las utilidades representan la producción económica del sector público, que no se rigen por la ley del beneficio en los intercambios mercantiles.  Sin embargo, esa reforma de la economía de mercado no abolió el desarrollo insostenible a largo plazo que caracteriza al capitalismo: explotación de los trabajadores y de la tierra, imperialismo y distribución injusta de la riqueza, destrucción de la vida en el planeta tierra, etc.  Los mecanismos básicos del Estado del Bienestar continuaron siendo los mismos que los del mercado liberal, y el beneficio capitalista privado constituyó una condición imprescindible para el buen funcionamiento del sistema.  Por eso cuando llegó la depresión –por causa de la primera crisis de petróleo en los años 70- y los beneficios empresariales disminuyeron, comenzó el desmantelamiento de la Economía del Bienestar que dura hasta nuestro días.
  Por tanto, una teoría económica que tome en cuenta los valores de uso ya ha existido en la economía desarrollada, aunque sea de forma incompleta.  Y además también existen sectores económicos en los que predomina la producción de valores de uso sobre la producción de valores de cambio.  Fijémonos por un momento en el papel de las mujeres en nuestro sistema social.  Por el mero hecho de ser mujer asume una serie de actividades –que bien podrían catalogarse de trabajos-; éstas forman parte de su personalidad y no son remuneradas por el mercado: cuidado de la familia, atención a ancianos y enfermos, preparación de alimentos, limpieza del hogar, creación de un ambiente agradable para la vida cotidiana, educación primaria y socialización de los hijos, etc.  En resumen, toda la reproducción de la fuerza de trabajo, gastada en la producción económica, está encomendada a las mujeres y se realiza de forma gratuita.  Es verdad que se puede considerar que esa actividad económica está incluida en el salario de los varones; pero no deja de ser cierto que esos valores de uso no están mercantilizados en el capitalismo.
  La producción de valores de uso por la fuerza de trabajo femenina en la sociedad patriarcal, es un ejemplo de una economía, llamada doméstica, que si bien está subordinada al orden del sistema capitalista, no depende directamente del mercado, ni del dinero y el valor de cambio.    ¿Podría generalizarse esta forma de producción económica a gran escala, para constituir un modo de producción alternativo al capitalismo?  ¿Cuáles serían las condiciones para que se pudiera desarrollar tal forma económica?  Tenemos que añadir lo obvio: que la sociedad ejerce un grado de violencia sobre las mujeres, para que asuman el rol que tienen asignado.  Como sucede en casi todas las instituciones sociales, este sector de la economía combina la coacción y el consenso entre los estímulos para la actividad productiva.  Las investigaciones realizadas bajo el paradigma feminista bien pueden arrojar luz sobre esta cuestión. 
  La producción de valores de uso fue también el eje de la planificación económica socialista en los países de la antigua órbita de la URSS.  Aquí se plantearon varios problemas, unos teóricos –la complejidad del cálculo matricial necesario para coordinar la producción a gran escala-, y otros prácticos –la rigidez de las estructuras burocráticas encargadas de organizar la producción, como consecuencia de la aparición de una capa social privilegiada de burócratas y directores de empresas socialistas, una nueva clase social en definitiva-.  La garantía que ofrecía el sistema de tener cubiertas las necesidades básicas, poseyendo los bienes necesarios para el desarrollo de la vida individual, dependía de un régimen tiránico e relativamente ineficaz.  La superación del reino de la necesidad no conducía al reino de la libertad.  Y el desarrollo del marxismo en ese contexto estuvo deformado por los condicionamientos políticos de aquellas sociedades.

 
  Tenemos, por tanto, algunas experiencias que nos pueden ayudar a entender lo que buscamos: una forma de producción de utilidades o valores de uso, que sea independiente del mercado y sus valores de cambio.  En todas ellas hemos podido percibir la existencia de algún tipo de coacción o restricción de la libertad, y debemos preguntarnos si existe alguna forma de eliminar esa coacción a través del desarrollo de la consciencia personal o de clase, es decir, de la dimensión social del ser humano.  En la reivindicación de la Renta Básica late un contenido utópico que nos promete alcanzar el Reino de la Libertad, superando el Reino de la Necesidad.  Pero no podemos ilusionarnos con promesas vanas, sino entender los verdaderos procesos históricos que nos hacen avanzar en la liberarión humana.
  El problema de la libertad es complejo.  La ideología liberal que impulsa el desarrollo capitalista, interpreta la libertad como actividad económica mercantil sin coerciones, libertad para los empresarios.  Es un concepto de libertad que no puede interesar a la clase trabajadora, que por el contrario se ve sometida a una explotación capitalista; la Renta Básica ofrece una libertad económica muy superior a los trabajadores, pero deja sin resolver el problema de la organización del trabajo.  Como demuestra la experiencia histórica, la enorme complejidad de la división del trabajo en las sociedades desarrolladas no se resuelve con buenas intenciones.  La propuesta comunista exige un avance moral de la humanidad al tiempo que se desarrollan las capacidades tecno-científicas y productivas:  un desarrollo de la conciencia humana en los valores de la solidaridad y la justicia, una mayor responsabilidad personal, mejores formas de comunicación, publicidad y transparencia social, información científica contrastada, etc.  Para ello hace falta también un desarrollo de las instituciones sociales, que sean capaces de satisfacer todas esas condiciones de complejidad, y además superar las estructuras jerárquicas en la organización social, caminando hacia lo que algunos autores han denominado ‘hiper-complejidad’.
  Caminar hacia una nueva economía socialista, tiene como condición subordinar la economía monetaria de los intercambios a las necesidades cotidianas de las gentes. Constituir una economía fundada en el valor de uso, será al mismo tiempo rebajar la importancia transcedente del dinero en la economía capitalista.  Es aquí donde aparece la Renta Básica como un mecanismo para yugular la fuerza del mercado, en una de sus principales ramas: el mercado de fuerza de trabajo, donde los trabajadores encuentran empleo a sus habilidades a cambio del salario para poder vivir.  Eso significa que los trabajadores ya no tengan que trabajar acuciados por el hambre.  Gracias a disponer de los recursos necesarios para la satisfacción de sus necesidades básicas, los trabajadores ya no necesitarán vender su trabajo a un capitalista que les pague el salario establecido.  Los propietarios del capital pierde una de sus principales herramientas de dominación.
   Más todavía; establecer la Renta Básica será un intento de transformar el dinero, que es hoy en día el símbolo y la medida del valor de cambio, en una unidad de cuenta que represente los derechos ciudadanos al disfrute de los valores de uso fundamentales para la vida humana.  Al distribuir el dinero entre los ciudadanos, destruye su función de medio para el intercambio de mercancías y el sometimiento de los trabajadores desposeídos.  Simplemente contabiliza los derechos económicos que cada ciudadano tenemos por el mero hecho de serlo: alimentación, vivienda, vestido, educación, cultura, salud, seguridad, etc.  Sirve de ese modo al objetivo de establecer una ciencia económica no capitalista y una producción fundada en la creación de valores de uso, al mismo tiempo que el mercado pierde su fuerza coactiva para someter a los trabajadores a la cadena de la producción explotadora.


 

 Es claro que la producción económica debe seguir para que la humanidad pueda sobrevivir. Y no es tan difícil imaginar que los ciudadanos produzcan los bienes que necesitan gracias a una capacidad consciente fundada en la cooperación y la solidaridad social.  Tal vez en los primeros momentos sea necesario algún grado de coacción social para garantizar la producción de valores de uso. Pero el factor que nos conducirá a una sociedad más justa, consistirá en apreciar más a los seres  humanos y menos al dinero. 


[1] Como dice José Iglesias en su libro Consumo y crecimiento, no. Capitalismo, tampoco. Interpretación crítica sobre el decrecimiento y el consumo responsable, no se puede poner a dieta a la bestia capitalista.  Es necesario encontrar otro modo de producción, cuya forma de desarrollo sea sostenible ofreciendo un verdadero futuro para la humanidad.
[2] El Informe Planeta Vivo, de ADENA-WWF, señalaba en el 2008 que Cuba es el único país del mundo en mantener un alto desarrollo humano –según los parámetros de la ONU-, siendo al mismo tiempo sostenible ecológicamente –según los parámetros de ese Informe-.  En un Informe Planeta Vivo más reciente 2010 se muestra como la recienta evolución de la economía cubana hacia el mercado, aumenta el desarrollo humano, pero la saca fuera del marco de la sostenibilidad.

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