EL VALOR DE LA FILOSOFÍA HOY
Discurso en la ciudad de Mérida de los libros “Reflexiones de un francotirador” y “Escritos desde la disidencia”.
En primer lugar agradezco a Manolo Cañada y a todos los miembros de la trastienda de Mérida el que me hayan invitado y además elogio su tarea y su lucha por la justicia social. Mi labor es desde la trinchera, como uno de los libros se titula. Es la labor del pensamiento. El pensamiento es lo que nos ha constituido como humanos y es lo que se nos está robando en este mundo en el que el dominio, el poder es de unos pocos que han cosificado a los hombres transformándolos en mercancía. De ahí que yo considere que el problema y la crisis es ética y filosófica. Obedece a una falsa imagen del mundo. Y esa imagen del mundo es la filosofía posmoderna, una negación de la Ilustración que se ha radicalizado. Y aquí se mezclan varias cosas. En primer lugar, la Ilustración se ha pervertido constituyendo la doctrina neoliberal. Y, en segundo lugar, se ha negado la Ilustración dando lugar a la negación de cualquier tipo de discurso que intente dar un sentido al mundo y esto es la filosofía posmoderna. La conjunción de estas dos falsas concepciones de la razón y de la realidad nos ha llevado al mundo que tenemos. Por un lado el neoliberalismo acaba en la explotación máxima del hombre por el hombre. Por otro lado, el posmodernismo acaba en el relativismo radical que justifica cualquier discurso y, que en definitiva, no es más que la justificación del poder del más fuerte. De ahí que la posición de la filosofía sea un pensar desde la disidencia y un pensar como un francotirador. El disidente es el denunciante y esa es su labor de francotirador.
El origen del pensamiento.
El pensamiento es una herencia griega que constituye y junto con otras tradiciones funda a Europa. El pensamiento es el logos y surge en la democracia. No se puede separar el pensamiento de la democracia. De ahí que hoy en día no haya pensamiento, hay pensamiento único, lo cual no es pensamiento, sino doctrina. La democracia está ligada al logos y el logos a la democracia. La razón, para que se pueda ejercer necesita de dos es dialógica. La razón no es absoluta, sino que es un instrumento que nos lleva hacia las verdades que rigen la polis. Y ese diálogo se realiza en el ágora. El ágora es el lugar vacío ocupado por la razón. Cuando hay democracia en la plaza se dialoga. Cuando la plaza es ocupada por algún poder, religioso, económico, u otro cualquiera, entonces se acaba la democracia y comienza la tiranía. Porque frente a la democracia sólo existe el totalitarismo. Y eso es lo que ocurre hoy en día. Se ha sustituido la democracia por la dictadura del mercado y de los mercaderes, porque no olvidemos que tienen nombre, que no son entes abstractos. Que, en definitiva, detrás del mercado está la ambición humana. Por eso el pensamiento es la esencia de la democracia, porque pensar es siempre dialogar, enfrentar posiciones desde la razón. Ya sabemos que en el mundo de la polis no existen las leyes necesarias como en la naturaleza, sino las normas convencionales, pero no por ello subjetivas, sino objetivas, fruto de un acuerdo común. De ahí que el relativismo fuese un fenómeno que se diese en Grecia y que dio al traste con la democracia, la transformó en demagogia. Algo similar es lo que ocurre hoy en día con la llamada posmodernidad. La posmodernidad que se jacta del fin del discurso, que defiende y acaba en el relativismo, que disuelve el arte en pura arbitrariedad mercantil. Pues bien, esa posmodernidad también acaba con la política y la convierte en un instrumento en manos del poder económico. La posmodernidad son discursos negativos.
De lo que se trata es de defender el logos, la razón, la democracia. No como absolutos, sino como conquistas ético políticas de la humanidad. Y esto que venimos diciendo es lo que está siendo amenazado en la actualidad. No es que yo defienda una idea de progreso de la historia. Al contrario, la idea de progreso es un mito y está a la base del neoliberalismo que nos promete la liberación del sufrimiento de la humanidad por el mercado, por medio del capitalismo salvaje en el que vivimos. No, no existe progreso en la historia. Siempre que se nos ha hablado de progreso hemos caído en un totalitarismo. El progreso es una idea heredada de la religión cristiana, pero que, curiosamente, la Ilustración endiosó, junto con la razón. Ésta es la parte que yo llamo pervertida de la razón. Y ésta la ha heredado el discurso científico, las utopías políticas y, como no, la utopía neoliberal. La crítica a la idea de progreso es muy importante para darnos cuenta del gran engaño en el que vivimos, y en el que hemos vivido en el siglo XIX y en el XX y ahora en el XXI. Es el mito del progreso el que nos ha llevado a cometer las mayores atrocidades de la historia. Y el progreso histórico no es fruto de una ley o conjunto de leyes históricas, económicas, como nos hace pensar ahora el neoliberalismo, sino una creencia basada en un mito del cristianismo. Por eso, cuando defendemos el logos, la razón, la democracia lo hacemos de forma objetiva, no absoluta. La democracia como una forma de gobierno perfectible. Y que, igual que es perfectible, se ha arruinado en los últimos cuarenta años. Y se ha arruinado, precisamente, por el acoso del neoliberalismo y de la filosofía posmoderna.
Fin de época. Quiebra del capitalismo global.
Decía nuestro apreciado Ramón Fernández Durán que estábamos asistiendo al fin de una era, al fin del capitalismo global. Particularmente estoy de acuerdo con Ramón. Esto significa que habrá un cambio, dure más o menos de nuestra sociedad desde sus cimientos. Un cambio de paradigma. El capitalismo es un sistema de producción que tiene un principio y tiene un final. Estamos asistiendo al final. El capitalismo se basa en un concepto que es el de crecimiento. Sin crecimiento es imposible concebir el capitalismo. De ahí que la idea de progreso le haya venido como anillo al dedo. Pero lo que ocurre es que en un planeta limitado no es posible un crecimiento ilimitado. Y esto es lo que ocurre. Las crisis del capital se reducen a crisis del crecimiento. En la crisis de los años setenta se produce una alternativa. Por un lado tiene lugar el informe del club de Roma “Informe sobre los límites del crecimiento”, por otro lado, está la apuesta de Reagan y Thacher por el modelo neoliberal de la escuela de Chicago inspirado en Milton Friedman. Y ésta última es la apuesta que venció y el resultado es el que tenemos. Agotamiento de los recursos energéticos, alimenticios, acuíferos y el calentamiento global. La transición será dura y durará décadas. Pero lo que sí está claro es que habrá un decrecimiento. Pero este decrecimiento puede ser forzoso, como lo está siendo ya, o puede ser guiado. Y eso último exige una recuperación de la política frente al poder del mercado. Pero para recuperar la política es necesario la recupoeracuión del pensamiento y éste tiene lugar cuando el ciudadano deja de ser vasallo, como lo es ahora y es capaz de tomar las riendas de su propio ser y de su polis. Por eso es necesario el pensamiento y de ahí el valor de la filosofía, pero no la académica, sino la que tiene lugar en la polis.
Mi propuesta es el ecosocialismo. La unión del pensamiento y filosofía ecologista con el socialismo entendiendo a éste como justicia universal. Sino organizamos un sistema de producción en el que el centro sea la biosfera y no el hombre será inviable la supervivencia de este último o sufrirá retrasos de siglos. Y para esto es necesario un cambio de paradigma. Como decía Sacristán, pasar del paradigma de la producción al paradigma del cuidado. Un cambio de paradigma requiere una revolución. Y no me estoy refiriendo a una revolución violenta, aunque violencia ya la hay, y bastante, por parte del neoliberalismo, sino a una transformación profunda. Y esa transformación implica una transformación ética, social, filosófica y, por supuesto económica. Para empezar la economía es una ciencia humana. Su desarrollo desde la Ilustración la ha pretendido convertir en una ciencia neutral cuando realmente no lo es. Su matematización la ha pretendido equiparar a la reina de las ciencias, la física. Pero esto, en lugar de producir claridad ha producido oscurantismo. Y cuando nos referimos a una transformación ética me refiero a la recuperación del principio de responsabilidad de Jonas. Y esto lo uno a una ética cosmopolita. Hay que tener en el horizonte la frase de Terencio y la filosofía de los cínicos de que “hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” como nos recordaba M. Noussbaum. El principio de responsabilidad de esa ética ecocéntrica y verdaderamente humana abarca al que está lejano y al no nacido. Y, a su vez, ello incluye que es cosmopolita. De ahí que la propuesta sea ecosocialista. Nuestro sistema de producción tiene que tener como centro el ecosistema, puesto que nosotros somos ecosistema, por un lado, y la equidad, de ahí lo de socialismo por otro. El cosmopolitismo ético nos lleva al reconocimiento de la igualdad de todos los hombres. Pero, además, al ser el centro el ecosistema, nuestra vida está ligada, como así es realmente, a la biosfera. Y estos son los principios, antropológicos, éticos y económicos que el nuevo sistema o paradigma debe introducir. Y, a su vez, deben desarrollarse desde una política del decrecimiento y realmente democrática que haya recuperado al pensamiento y, con él, al ciudadano. Y, como digo, no hay alternativa a la política del decrecimiento.
Juan Pedro Viñuela
22 de junio de 2012
Discurso en la ciudad de Mérida de los libros “Reflexiones de un francotirador” y “Escritos desde la disidencia”.
En primer lugar agradezco a Manolo Cañada y a todos los miembros de la trastienda de Mérida el que me hayan invitado y además elogio su tarea y su lucha por la justicia social. Mi labor es desde la trinchera, como uno de los libros se titula. Es la labor del pensamiento. El pensamiento es lo que nos ha constituido como humanos y es lo que se nos está robando en este mundo en el que el dominio, el poder es de unos pocos que han cosificado a los hombres transformándolos en mercancía. De ahí que yo considere que el problema y la crisis es ética y filosófica. Obedece a una falsa imagen del mundo. Y esa imagen del mundo es la filosofía posmoderna, una negación de la Ilustración que se ha radicalizado. Y aquí se mezclan varias cosas. En primer lugar, la Ilustración se ha pervertido constituyendo la doctrina neoliberal. Y, en segundo lugar, se ha negado la Ilustración dando lugar a la negación de cualquier tipo de discurso que intente dar un sentido al mundo y esto es la filosofía posmoderna. La conjunción de estas dos falsas concepciones de la razón y de la realidad nos ha llevado al mundo que tenemos. Por un lado el neoliberalismo acaba en la explotación máxima del hombre por el hombre. Por otro lado, el posmodernismo acaba en el relativismo radical que justifica cualquier discurso y, que en definitiva, no es más que la justificación del poder del más fuerte. De ahí que la posición de la filosofía sea un pensar desde la disidencia y un pensar como un francotirador. El disidente es el denunciante y esa es su labor de francotirador.
El origen del pensamiento.
El pensamiento es una herencia griega que constituye y junto con otras tradiciones funda a Europa. El pensamiento es el logos y surge en la democracia. No se puede separar el pensamiento de la democracia. De ahí que hoy en día no haya pensamiento, hay pensamiento único, lo cual no es pensamiento, sino doctrina. La democracia está ligada al logos y el logos a la democracia. La razón, para que se pueda ejercer necesita de dos es dialógica. La razón no es absoluta, sino que es un instrumento que nos lleva hacia las verdades que rigen la polis. Y ese diálogo se realiza en el ágora. El ágora es el lugar vacío ocupado por la razón. Cuando hay democracia en la plaza se dialoga. Cuando la plaza es ocupada por algún poder, religioso, económico, u otro cualquiera, entonces se acaba la democracia y comienza la tiranía. Porque frente a la democracia sólo existe el totalitarismo. Y eso es lo que ocurre hoy en día. Se ha sustituido la democracia por la dictadura del mercado y de los mercaderes, porque no olvidemos que tienen nombre, que no son entes abstractos. Que, en definitiva, detrás del mercado está la ambición humana. Por eso el pensamiento es la esencia de la democracia, porque pensar es siempre dialogar, enfrentar posiciones desde la razón. Ya sabemos que en el mundo de la polis no existen las leyes necesarias como en la naturaleza, sino las normas convencionales, pero no por ello subjetivas, sino objetivas, fruto de un acuerdo común. De ahí que el relativismo fuese un fenómeno que se diese en Grecia y que dio al traste con la democracia, la transformó en demagogia. Algo similar es lo que ocurre hoy en día con la llamada posmodernidad. La posmodernidad que se jacta del fin del discurso, que defiende y acaba en el relativismo, que disuelve el arte en pura arbitrariedad mercantil. Pues bien, esa posmodernidad también acaba con la política y la convierte en un instrumento en manos del poder económico. La posmodernidad son discursos negativos.
De lo que se trata es de defender el logos, la razón, la democracia. No como absolutos, sino como conquistas ético políticas de la humanidad. Y esto que venimos diciendo es lo que está siendo amenazado en la actualidad. No es que yo defienda una idea de progreso de la historia. Al contrario, la idea de progreso es un mito y está a la base del neoliberalismo que nos promete la liberación del sufrimiento de la humanidad por el mercado, por medio del capitalismo salvaje en el que vivimos. No, no existe progreso en la historia. Siempre que se nos ha hablado de progreso hemos caído en un totalitarismo. El progreso es una idea heredada de la religión cristiana, pero que, curiosamente, la Ilustración endiosó, junto con la razón. Ésta es la parte que yo llamo pervertida de la razón. Y ésta la ha heredado el discurso científico, las utopías políticas y, como no, la utopía neoliberal. La crítica a la idea de progreso es muy importante para darnos cuenta del gran engaño en el que vivimos, y en el que hemos vivido en el siglo XIX y en el XX y ahora en el XXI. Es el mito del progreso el que nos ha llevado a cometer las mayores atrocidades de la historia. Y el progreso histórico no es fruto de una ley o conjunto de leyes históricas, económicas, como nos hace pensar ahora el neoliberalismo, sino una creencia basada en un mito del cristianismo. Por eso, cuando defendemos el logos, la razón, la democracia lo hacemos de forma objetiva, no absoluta. La democracia como una forma de gobierno perfectible. Y que, igual que es perfectible, se ha arruinado en los últimos cuarenta años. Y se ha arruinado, precisamente, por el acoso del neoliberalismo y de la filosofía posmoderna.
Fin de época. Quiebra del capitalismo global.
Decía nuestro apreciado Ramón Fernández Durán que estábamos asistiendo al fin de una era, al fin del capitalismo global. Particularmente estoy de acuerdo con Ramón. Esto significa que habrá un cambio, dure más o menos de nuestra sociedad desde sus cimientos. Un cambio de paradigma. El capitalismo es un sistema de producción que tiene un principio y tiene un final. Estamos asistiendo al final. El capitalismo se basa en un concepto que es el de crecimiento. Sin crecimiento es imposible concebir el capitalismo. De ahí que la idea de progreso le haya venido como anillo al dedo. Pero lo que ocurre es que en un planeta limitado no es posible un crecimiento ilimitado. Y esto es lo que ocurre. Las crisis del capital se reducen a crisis del crecimiento. En la crisis de los años setenta se produce una alternativa. Por un lado tiene lugar el informe del club de Roma “Informe sobre los límites del crecimiento”, por otro lado, está la apuesta de Reagan y Thacher por el modelo neoliberal de la escuela de Chicago inspirado en Milton Friedman. Y ésta última es la apuesta que venció y el resultado es el que tenemos. Agotamiento de los recursos energéticos, alimenticios, acuíferos y el calentamiento global. La transición será dura y durará décadas. Pero lo que sí está claro es que habrá un decrecimiento. Pero este decrecimiento puede ser forzoso, como lo está siendo ya, o puede ser guiado. Y eso último exige una recuperación de la política frente al poder del mercado. Pero para recuperar la política es necesario la recupoeracuión del pensamiento y éste tiene lugar cuando el ciudadano deja de ser vasallo, como lo es ahora y es capaz de tomar las riendas de su propio ser y de su polis. Por eso es necesario el pensamiento y de ahí el valor de la filosofía, pero no la académica, sino la que tiene lugar en la polis.
Mi propuesta es el ecosocialismo. La unión del pensamiento y filosofía ecologista con el socialismo entendiendo a éste como justicia universal. Sino organizamos un sistema de producción en el que el centro sea la biosfera y no el hombre será inviable la supervivencia de este último o sufrirá retrasos de siglos. Y para esto es necesario un cambio de paradigma. Como decía Sacristán, pasar del paradigma de la producción al paradigma del cuidado. Un cambio de paradigma requiere una revolución. Y no me estoy refiriendo a una revolución violenta, aunque violencia ya la hay, y bastante, por parte del neoliberalismo, sino a una transformación profunda. Y esa transformación implica una transformación ética, social, filosófica y, por supuesto económica. Para empezar la economía es una ciencia humana. Su desarrollo desde la Ilustración la ha pretendido convertir en una ciencia neutral cuando realmente no lo es. Su matematización la ha pretendido equiparar a la reina de las ciencias, la física. Pero esto, en lugar de producir claridad ha producido oscurantismo. Y cuando nos referimos a una transformación ética me refiero a la recuperación del principio de responsabilidad de Jonas. Y esto lo uno a una ética cosmopolita. Hay que tener en el horizonte la frase de Terencio y la filosofía de los cínicos de que “hombre soy y nada de lo humano me es ajeno” como nos recordaba M. Noussbaum. El principio de responsabilidad de esa ética ecocéntrica y verdaderamente humana abarca al que está lejano y al no nacido. Y, a su vez, ello incluye que es cosmopolita. De ahí que la propuesta sea ecosocialista. Nuestro sistema de producción tiene que tener como centro el ecosistema, puesto que nosotros somos ecosistema, por un lado, y la equidad, de ahí lo de socialismo por otro. El cosmopolitismo ético nos lleva al reconocimiento de la igualdad de todos los hombres. Pero, además, al ser el centro el ecosistema, nuestra vida está ligada, como así es realmente, a la biosfera. Y estos son los principios, antropológicos, éticos y económicos que el nuevo sistema o paradigma debe introducir. Y, a su vez, deben desarrollarse desde una política del decrecimiento y realmente democrática que haya recuperado al pensamiento y, con él, al ciudadano. Y, como digo, no hay alternativa a la política del decrecimiento.
Juan Pedro Viñuela
22 de junio de 2012
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